El otro día que fui a pedir un préstamo para - a través de
una hipoteca - acabar de pagar la casa me hicieron llenar un sinfín de
formularios. En éstos me pedían cuenta y razón de mis bienes materiales. La
señorita del banco me regalaba una mirada en blanco cada vez que le decía que
no tengo carro, departamento, casa, moto, ni acciones en un Decameron.
Me preguntó - boquiabierta, entonces qué tengo.
Le contesté que tengo mi bici sin marca, junto con la de
Theo y Tom. La de Nina no, porque es TREK y tiene cierto valor comercial. Le
dije que tengo los almuerzos en familia y las cenas en paz. Le dije que tengo
un minuto de caminata desde mi casa a la oficina y un minuto y medio si de
regreso a casa voy por el otro lado.
Le dije que tengo tranquilidad, paz y seguridad. Le dije que
tengo la confianza de ver a mis hijos felices y la ausencia de temores
infundados. Le dije que tengo un cómplice por novio y unos hermosos por hijos.
Le dije que tengo paseos en bicicleta, amigas con risas
contagiosas, camaradería y optimismo. Le dije que tengo amigas, amigos,
conocidos y hasta enemigos. Le dije que tengo atardeceres cómplices, salidas de
luna en aquelarre y alcachofas con vinagreta. Le dije también que tengo ropa
cómoda, peinado talco y poco maquillaje. Le dije que tengo salud.
[foto Verónica Toral - grafiti en la Av. Coruña, Quito, Ecuador]
También le dije que tengo una maravillosa familia unida - a
pesar de la distancia geográfica. Le dije que tengo recuerdos maravillosos de
vacaciones, paseos y viajes. Le dije que
tengo cinco sobrinos propios y muchos ajenos. Le dije que tengo fotos - y
empecé a sacar mi billetera para mostrarle.
Le dije que tengo la experiencia de haber vivido en Estados
Unidos y Sudáfrica. Y que tengo los recuerdos de mis 'últimos viajes' a países
en los cinco continentes. Le dije que tengo gente querida en todos esos lares.
Le dije que tengo ganas infinitas de seguir viajando.
Le dije también que tengo secretos que me sacan sonrisas, y
otros - pocos, que me sacan lágrimas.
Le dije que tengo el 75% de la casa y que tengo la necesidad
de hipotecar ese 75 para poder tener un techo que me guarde del frío, la lluvia
y el sol tropical.
La mirada educada, pero en blanco de la amable señorita
volvió a enfocarse con esto último. Y para evitarse otra letanía existencial
incomprensible, me dijo que me avisarían si calificaba.
Califiqué. Ahora tengo una deuda a 20 años y la seguridad
que mis hijos tendrán una casa donde construir recuerdos.
[Publicado el 21 de octubre del 2013 en el Diario el Tiempo bajo http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/7832-el-tener/]
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