She looked up. She could finally hold her own gaze in the mirror.
For years, she had refrained to look. To really look and watch. To look, to watch and to see her entire being. She will look at the pimple appearing in the eyebrow; she would look to her teeth to see if they were white enough; she would look at her hair to check it was not sticking up. But she would not look at her entire reflection.
Upon holding her gaze, she looked again. She liked what she saw.
She saw a pair of amazing honey-coloured eyes under dark-as-night eyebrows. She saw a mesmerizing smile – one capable of melting away fears and unwanted thoughts. She saw strong shoulders and a pair of small round breasts, that despite the pregnancies were still firm(ish). She saw a tiny waist and perfect legs.
She has always been like that. I know. I have seen her. I have. I have seen a determined woman wishing to be happy. Trying to be happy by all possible means. Trying to put painful memories away. Tucked away under her permanent frown. I have been lucky to count her as my friend. One of those five women that make my life complete.
She finally saw herself and liked what she saw. I have always liked what I saw.
That specific day, she was on her way out to quit one of the five jobs she had when she stopped and held her gaze in the mirror. She juggled five jobs to keep her busy and to hold her away from life. She quit the fourth and the third, too.
She has ups and downs. I have ups and downs, too. Everyone has. One can blame those up-and-downs to the thyroid if that is one’s wish. I just know that ups and downs are what make me feel alive.
She walked out of the door. She did not slam it as she did yesterday. She closed it gently, locked it and went downstairs. The fresh spring breeze greeted her and the sun danced in her golden locks. The honey-coloured eyes turned amber and the frown converted into a smile. She was determined to be happy. I knew that. I could sense it.
She opened the car door, put the seat belt on and tuned the radio. Upbeat dancing music to choreograph her route as she dodged the morning traffic. She saw her now amber-coloured eyes in the rear view mirror. She recognised them as her own and smiled. I have seen those eyes turning from honey, to amber to green. Those amazing eyes. I like those eyes.
She said hello to the next door neighbour who grunted in return and took off. Humming to herself. She had left her cell phone at home. She did it deliberately. She did not want to have the burden of connectivity. To reach within herself she did not need a 3G connection. She just needed to be at peace with herself. She is starting to be at peace. I know. Sometimes she loses her North and a frown sets in her forehead – again. It does not last. It should not last. I know. I have been there. I have been there myself.
Happiness is letting go. Letting go of attachment. Letting go of the need. The need to rely on something to be happy. Happiness is not attached on things. Material things. It is attached to oneself.
She is letting herself free of attachment. That attachment. The one that made her believe that she could make others happy by sacrificing her own happiness. Now she knows better.
The journey has just started but she’s got a stronghold. I know. I have been there myself.
[this entry was updated to include the music link on 11 August 2018, Mandorah, Northern Territory, Australia]
miércoles, 20 de noviembre de 2013
martes, 12 de noviembre de 2013
de energías
Hay personas que oran, otras que rezan, otras que meditan,
otras que invocan a los astros y constelaciones. Hay quienes imploran a los ángeles
y santos de turno. Otras, como yo – que mandamos energía positiva. Todas
hacemos lo mismo. Solo es cuestión de semántica cómo llamemos lo que estamos
haciendo.
En momentos duros personales, familiares, laborales o existenciales,
todos confiamos que las cosas salgan de la mejor manera; muchos de nosotros –
por no decir, (casi) todos, invocamos a nuestros grupos humanos cercanos física
o temporalmente a que se aúnen a pedir que sea así. En momentos felices,
también ponemos en bandeja lo recibido y nos llenamos más de gozo por las ‘enhorabuenas’
recibidas. No por algo los humanos somos seres sociales, sociales de núcleo
familiar reducido; sociales de publicar en Facebook cuánto acontece en nuestra
vida – y los que nos mantenemos en medio de este espectro moderno.
No cabe duda que en momentos difíciles – de prueba, como
dicen por ahí, nos sentimos acompañados con la simple existencia de todos esos
contactos en el teléfono, twitter, facebook, skype. Con toda esa gente linda
que nos acompaña a través del espacio a pesar de no estar geográficamente juntos.
Respiramos (más) tranquilos con el hecho de saber que tenemos una red de
hermanos de sangre y de alma; de conocidos y no tan conocidos a quiénes podemos
recurrir. Que el conocimiento que ‘el hoy por mí, mañana por ti’ nos une y nos
compromete a ser más humanos. A dejar de lado el egoísmo, la envidia y el ego. A
ser uno. No es un chantaje, es una necesidad de rescatar lo que nos hace seres
racionales. El desear siempre el bien al propio y al ajeno.
A pesar de la distancia, me siento dichosa de sentirme parte
de una ola energética muy fuerte. Una cadena de energía positiva que nos abraza
y reconforta. Que nos da ánimos para seguir adelante. Gracias por esas
energías. Las necesitamos y las seguiremos necesitando.
[versión ampliada publicada en el Diario El Tiempo bajo el 'título duracell, energizer y eveready' http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/7989-duracell-energizer-y-eveready/ el 19 de noviembre del 2013]
lunes, 4 de noviembre de 2013
de brujas
Yo tengo mis brujas. Algunas con el Escudo, otras no. Pero
ahí están – unas aquí, otras allá. Unas
son familia, otras no. Las cuento con mi mano derecha, las cuento con las
estrellas. Hay todo tipo de brujas, pero las mías son del tipo ´bacan´. Y eso
las hace diferentes.
Si hay riquezas en la vida que no se pueden medir, son las
amistades. O tal vez – la amistad. Ese sustantivo que nos hace sentir parte de
algo, parte de un todo. Ese todo que hace que tengamos sonrisas espontáneas en
los lugares más (in)apropiados. Que permite que haya silencio sin incomodidad.
Que genera sonrisas compartidas.
En este caso, mis brujas.
Son mis brujas porque juntas hacemos magia. Tenemos tal
camaradería que hacemos un aquelarre. Un corro equidistante donde el espacio
físico no cuenta. Mis brujas me entienden; hay veces que con un par de palabras
ya se ha dicho todo. Otras, en que no alcanzan las palabras del mundo para
intentar contar una historia. O dar un consejo.
Esas brujas que son cómplices de arrebatos. O las que te
hacen entrar en razón. Las malas juntas y las buenas juntas. O brujas que
controlan todo con su varita mágica, las que lloran con las películas cursis, o
las que son ausentes y etéreas. A las que el mundo es lo que pasa allá afuera y
para las que están totalmente adentro de ese mundo. Esas, y las otras también.
Por esas cosas que no sabremos responder, las brujas han
pasado toda una suerte de suertes. A algunas las quemaron; otras volaron en
escoba; otras encantaban a los ajenos. Pero todas tuvieron el placer de hacer
bien lo que sabían hacer. De abrazar en los errores, de reír a carcajadas ante
chistes tontos, de llorar en la felicidad, de conjurar hechizos de camaradería.
De estar juntas física y temporalmente.
La amistad es algo tan fuerte que tiene su día en el año. Y
ahora no es ese día. Hoy es un día que intenta recoger la apreciación que tengo
por esas brujas que están. Ahí. Es cuando uno debe pensar lo fantástico que es
ser parte de un todo. Ese todo. Ese es hoy día.
[publicado originalmente en El Tiempo bajo el nombre "De brujas aquí y allá" http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/7901-de-brujas-aqua-y-alla/]
lunes, 7 de octubre de 2013
el Tener
El otro día que fui a pedir un préstamo para - a través de
una hipoteca - acabar de pagar la casa me hicieron llenar un sinfín de
formularios. En éstos me pedían cuenta y razón de mis bienes materiales. La
señorita del banco me regalaba una mirada en blanco cada vez que le decía que
no tengo carro, departamento, casa, moto, ni acciones en un Decameron.
Me preguntó - boquiabierta, entonces qué tengo.
Le contesté que tengo mi bici sin marca, junto con la de
Theo y Tom. La de Nina no, porque es TREK y tiene cierto valor comercial. Le
dije que tengo los almuerzos en familia y las cenas en paz. Le dije que tengo
un minuto de caminata desde mi casa a la oficina y un minuto y medio si de
regreso a casa voy por el otro lado.
Le dije que tengo tranquilidad, paz y seguridad. Le dije que
tengo la confianza de ver a mis hijos felices y la ausencia de temores
infundados. Le dije que tengo un cómplice por novio y unos hermosos por hijos.
Le dije que tengo paseos en bicicleta, amigas con risas
contagiosas, camaradería y optimismo. Le dije que tengo amigas, amigos,
conocidos y hasta enemigos. Le dije que tengo atardeceres cómplices, salidas de
luna en aquelarre y alcachofas con vinagreta. Le dije también que tengo ropa
cómoda, peinado talco y poco maquillaje. Le dije que tengo salud.
[foto Verónica Toral - grafiti en la Av. Coruña, Quito, Ecuador]
También le dije que tengo una maravillosa familia unida - a
pesar de la distancia geográfica. Le dije que tengo recuerdos maravillosos de
vacaciones, paseos y viajes. Le dije que
tengo cinco sobrinos propios y muchos ajenos. Le dije que tengo fotos - y
empecé a sacar mi billetera para mostrarle.
Le dije que tengo la experiencia de haber vivido en Estados
Unidos y Sudáfrica. Y que tengo los recuerdos de mis 'últimos viajes' a países
en los cinco continentes. Le dije que tengo gente querida en todos esos lares.
Le dije que tengo ganas infinitas de seguir viajando.
Le dije también que tengo secretos que me sacan sonrisas, y
otros - pocos, que me sacan lágrimas.
Le dije que tengo el 75% de la casa y que tengo la necesidad
de hipotecar ese 75 para poder tener un techo que me guarde del frío, la lluvia
y el sol tropical.
La mirada educada, pero en blanco de la amable señorita
volvió a enfocarse con esto último. Y para evitarse otra letanía existencial
incomprensible, me dijo que me avisarían si calificaba.
Califiqué. Ahora tengo una deuda a 20 años y la seguridad
que mis hijos tendrán una casa donde construir recuerdos.
[Publicado el 21 de octubre del 2013 en el Diario el Tiempo bajo http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/7832-el-tener/]
miércoles, 25 de septiembre de 2013
Tengo un amante
El de ahora me desvela y me quita el sueño. Me hace que
espere a que todos duerman o estén en sus cosas para poder encontrarme y
perderme. Me mantiene al filo de la cama y al borde del camino. Hace que esté
con la mente alerta y que no duerma tranquila. Me despierta a media noche y me
hace soñar a media mañana. Me motiva a ser mejor, a no quedarme en un status
quo permanente. Me enseña nuevas cosas y me permite sentirme orgullosa de mi
mismo. El de ahora ama mis manos y mi
mente. Mis herramientas preferidas. El de ahora se resume en un cuaderno y en
un esfero. El de ahora es esto – la escritura y la escribidora. Y algún día – escritora.
El de ahora me apasiona. Cuando no me encuentro con él (¿o
es ella?) me siento vacía. Me siento perdida y necesitada. Me permite encontrarme
en mundos imaginarios o de realidad aumentada. Me lleva a tantear terrenos
desconocidos, conocidos, tabús y de fantasía. Me llama a buscar verbos y
sinónimos. A aprender de los grandes. A entender a los pequeños. A buscar mi
espacio en esa escala métrica de grandeza.
El de ahora me llama todo el tiempo. Y como en todo romance
tengo alcahuetes – mi computadora, las notas que puedo escribir en el teléfono inteligente,
el cuaderno de Van Gogh y la memoria que se desmemoria a menudo. Tengo Celestinas
que me hacen los planes para que pueda encontrarme con él (¿o es ella?) – el tiempo
en solitario, las medias noches escurridizas, los sábados al almuerzo y el
apoyo de quienes me apoyan. Tengo este espacio, donde lees mi alma desnuda.
A escribir en corto, o en largo. A escribir.
[esta entrada se empezó a materializar en febrero del 2013, pero se concretó la necesidad de su escritura y publicación luego de leer: http://brujulacuidador.com/2013/08/04/hay-que-tener-un-amante/]
[esta entrada se empezó a materializar en febrero del 2013, pero se concretó la necesidad de su escritura y publicación luego de leer: http://brujulacuidador.com/2013/08/04/hay-que-tener-un-amante/]
lunes, 12 de agosto de 2013
Amor de novela
Para Fabi - quién me dio
la idea…
Ahí viene, pero – para variar – está ocupada. No me ve. Me
ignora. Me evita. Y yo me muero por ella.
Me muero porque me toque, me acaricie y me huela. Pero ella,
impasible deja el bolso gigante cerca de la lámpara, y la prende. Sigue sin
verme. Y yo sigo muriéndome por ella. Me cuesta pensar que no se me acerca; pensé
que teníamos algo, que habíamos hecho conexión. Supongo que no. Pensé que en esos
breves momentos íntimos, le había gustado – porque – ella sí que me gustó.
Me gustó su olor elegante y sobrio, su pelo ensortijado y
enredado color miel quemada, la piel de sus manos y el anillo de ámbar en el
dedo medio. Me gustó su ropa casual de buen gusto. Me gustó la simpleza de su
maquillaje y la liga de pelo en la muñeca izquierda, lista para amainar las
olas de su pelo ensortijado ante el arrebato del calor. Me gustó, mucho…
Veo su deambular por la habitación. Huelo el aroma que despide a cada paso. Siento la cadencia de sus movimientos. Escucho su respiración agotada luego del día de trabajo. Saboreo los momentos compartidos. Pero
ella no me ve, no me huele, no me siente, no me escucha ni me saborea.
Por fin viene hacia mí. Tiene la mirada dulce pero perdida
en el tiempo y en el espacio. Poco después siento que me busca y al divisarme
sobre el sofá, sonríe. Me sonríe. El mundo gira nuevamente para mí. Estoy en
las nubes. Si, le gusto y hubo conexión.
jueves, 4 de julio de 2013
Mandela, gracias…
[publicado el 4 de julio del 2013]
En 1985 y 1986 fui voluntaria
activa de Amnistía Internacional. Tenía 14 años y ganas de luchar contra la
injusticia. Gracias a Amnistía conocí a gente muy valiosa y ahora muy querida.
Gracias a Amnistía conocí más a fondo el luchar de Nelson Mandela. Gracias a
Amnistía escribí una carta mensual a PW Botha, el entonces presidente de
Sudáfrica y líder del partido político que lideraba el apartheid, solicitando
la libertad de Mandela. Gracias a Amnistía escribí una carta mensual al propio
Mandela dándole ánimo y diciéndole que afuera de Sudáfrica habíamos gente que
estábamos con él, que estábamos gestionando su justa liberación. Gracias a todo
esto, pude entender lo valioso que es luchar por lo que uno cree.
Desde la época del ‘Show de Bill
Cosby’, cuando una de sus ‘hijas’ se fue de misionera a África, yo deseaba irme
allá. Al África negra, misteriosa y maravillosa. Me hubiera gustado ir a Kenia
a ver la gran migración de ñus del Masaai Mara al Serengeti; o a Ruanda para
junto con Dian Fossey estudiar gorilas; o a Tanzania para estudiar con Jane
Goodall los chimpancés y ver el fabuloso Kilimanjaro. El asesinato de Dian
Fossey en 1985 me hizo pensar dos veces antes de seguir ese camino.
Me provocaba ver desde adentro el
continente negro; el sentirme como ‘minoría’ en un continente vasto con varios
tonos de negro y café; me alucinaba la idea de tratar de entender qué pasaba en
África y cómo había llegado a dónde estaba. Sudáfrica y Mandela estaban alto en
la lista de prioridades. Cruzar el Atlántico y fijar rumbo por esos lares.
En 1997, me fui a vivir a
Sudáfrica. Mandela era Presidente. El primer presidente negro en la historia
republicana. En Sudáfrica preguntaba a quien podía, cómo fue vivir en la
Sudáfrica de antes. La que Mandela luchó para que no sea permanente. Me
contaron poco, mucho y nada. Pero se me quedaron ejemplos como la prueba del
lápiz en el pelo. Si el lápiz se quedaba cuando se ponía en el pelo, la persona
no era de raza blanca. Y ahí empezaba el degradé de colores y maltratos. En
Amnistía, una vez vi un poster blanco. En el centro - un lápiz amarillo con
borrador rojo. El típico. El poster decía que éste es un instrumento de tortura.
Lo que nunca imaginé era ‘cómo’ éste era un instrumento de tortura.
En Ciudad del Cabo, vi Robben Island dónde Mandela rompió rocas por 18 años. Pasaba por lo menos tres veces por semana por Pollsmoor, la cárcel donde estuvo encarcelado por seis años; y estuve en la zona de Paarl donde estuvo bajo arresto domiciliario por dos años y de donde salió a la libertad en 1990. Pasaba a diario por la Casa Presidencial en Ciudad del Cabo. Hoy por hoy, todavía celebro el 27 de abril – el día de la Libertad en Sudáfrica. Las primeras elecciones democráticas no raciales dónde ganó Mandela en 1994.
Un día, mientras trabajaba de
mesera en un restaurante de un centro comercial, oí que Mandela estaba cerca.
No pensé en nada, con delantal y la cuenta de una mesa, salí corriendo. Ahí lo vi
sonreír mientras saludaba a un guardia de seguridad. Estaba como a 10 metros.
Le vi estrechar manos y sonreír. Yo sonreía. El sonreía. Todos sonreíamos. Esa
era la nueva Sudáfrica.
(foto: Denis Farrell/AP)
Ahora me entristece que el nombre Mandela haga titulares en los medios de prensa mundiales. Primero por su grave estado de salud. Está conectado a máquinas, y su vida depende de ellas. Pero más titulares hay por el protagonismo de quiénes usan su apellido como trofeo. Hablan ex esposas, nietos políticos, hijos ilegítimos, hijas legítimas, ex compañeros de ideología y cárcel, presidentes y políticos que usan el nombre de Mandela como estandarte para figurar. Y figuran.
Ahora me entristece que el nombre Mandela haga titulares en los medios de prensa mundiales. Primero por su grave estado de salud. Está conectado a máquinas, y su vida depende de ellas. Pero más titulares hay por el protagonismo de quiénes usan su apellido como trofeo. Hablan ex esposas, nietos políticos, hijos ilegítimos, hijas legítimas, ex compañeros de ideología y cárcel, presidentes y políticos que usan el nombre de Mandela como estandarte para figurar. Y figuran.
Mi esposo es sudafricano, mis
hijos son (sud)afro-ecuatorianos y yo soy sudafricana de corazón. El
presupuesto familiar incluye un rubro para visitar ese maravilloso país cada
vez que la alcancía se llena. Un país reconstruido por Mandela y la voluntad de
los sudafricanos. Una SuidAfrika de varios colores, olores y sabores.
Buen viento y buena mar Mandela
para cuando levantes anclas… Así como escribí para tu liberación en la década
de 1980, ahora te escribo para decirte que gracias a ti, soy una mejor persona…
[Publicado con modificaciones en el Diario El Tiempo el 7 de diciembre del 2013 bajo http://www.eltiempo.com.ec/noticias-cuenca/133818-gracias-mandela/ a raíz de la muerte de Nelson Mandela el 5 de diciembre del 2013. El texto de mi autoría en la versión digital de El Tiempo es hasta "La tristeza de toma las calles de Sudáfrica"]
[Publicado con modificaciones en el Diario El Tiempo el 7 de diciembre del 2013 bajo http://www.eltiempo.com.ec/noticias-cuenca/133818-gracias-mandela/ a raíz de la muerte de Nelson Mandela el 5 de diciembre del 2013. El texto de mi autoría en la versión digital de El Tiempo es hasta "La tristeza de toma las calles de Sudáfrica"]
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