Es chistoso cómo los sonidos crean expectativas.
El ‘piiinn’ del WhatsAPP,
el ‘cricri’ del BBM, el ‘pong’ del sms, el ‘taran’ del email o el ‘riiiiiiing’
del teléfono. Todos esos sonidos hacen pensar en algo en particular, que – en ocasiones
– tiene que ver con lo que se vive en ese momento. Un algo que evoluciona en el
proceso de aplastar el botón para satisfacer la curiosidad. Una noticia – buena
o mala, una sorpresa, y hasta incertidumbre cuando no esperamos nada. Lo cierto
es que nuestro oído ha creado una respuesta condicionada – como los
experimentos de Pavlov – al universo de sonidos incluidos en nuestros aparatos
electrónicos diarios.
Hay veces que ignoramos un sonido en particular, mientras
que hay otros sonidos que nos llevan a salirnos de la ducha enjabonados. También
podemos escoger ignorar todos los sonidos. Esa ignorada que no nos deja
tranquilos. Que nos mantiene al vilo, alertas por un acaso sea algo importante,
o urgente, o básico. Ignoramos, pero no olvidamos.
Hay veces en que un sonido nos da mariposas en el estómago.
Esa contorsión de la barriga que nos moja la imaginación. Muchas veces las
mariposas se van volando no más y nos dejan con la sensación de estar en este
tiempo y espacio. Pero cuando las mariposas se convierten en una manada de ñus
en migración por el Maasai Mara es cuando la sonrisa está a flor de labios.
Varias son las causas generadoras de estas mariposas: viajes, satisfacciones, amores,
reuniones. O hay las del susto también.
O el sonido del ‘biiiiip’
del microondas que anuncia esa taza de té para el alma. Sobre todo cuando es necesaria
una pausa en el corre-corre. Cuando hay que recuperar la vitalidad al
contemplar el calor en formas de ondas de vapor. Caprichosas en su mecer aéreo –
como gimnasta de telas – ante la brisa del trajinar cotidiano. Ese calor
reconfortante que nos dice que todo es pasajero.
Otro sonido sabroso es el ‘plop’ que anuncia la separación del corcho con la botella de vino.
Que invita a oler el corcho y entender la calidad del sabor que viene en
camino. La antelación del sabor venidero. La idea de verter en una copa un líquido
con cuerpo y voluntad propia; de saborearlo, de olerlo. De ver sus piernas
estrecharse a lo largo de la copa. De cerrar los ojos y decir que la vida es
buena.
Nuestros sentidos están permanentemente atiborrados de
estímulos. El diario quehacer nos hace que pongamos más atención a uno que a otro,
y en el proceso nos olvidamos de recordar el canto del gorrión; el sonido que
hacen las alas del colibrí que liba las flores del jardín; el ronronear del
gato satisfecho; el sonido de la respiración de quienes amamos. Los sonidos
pueden traernos al presente, y nos ayudan a viajar al pasado. Pero lo más
importante de un sonido, es la capacidad de hacernos dar cuenta de cuanta suerte tenemos al
ser capaces de oír.
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