Este sábado pasado día vi como un niño chico, de unos 5 años
de edad, pisoteaba con premeditación y alevosía – como dirían los entendidos –
a un pobre escarabajo. El pobre estaba ya más aplanado que el coyote del
correcaminos, pero el niño seguía dándole con saña. Tenía una sonrisa en la
cara. El niño, no el escarabajo – éste último ya no tenía ni cara. Los adultos
alrededor del niño no se inmutaban y conversaban del clima y del precio del
arroz.
Hace un par de semanas mis hijos me contaron – horrorizados
y muy tristes, como dos niños jugaban una mezcla de futbol y vóley con un
pulpo. Se reían viendo al pobre animal estirar sus tentáculos - los ocho a la
vez, tratando de agarrar el aire para evitar ser lanzado al vacío. El
espectáculo provocaba la risa y carcajada de niños y adultos. Al final, el
pulpo y sus ocho brazos ya no eran uno. Era una masa amorfa, que a la final
solo quedo en cabeza y tres tentáculos. Los adultos alrededor de los niños no
inmutaban, más bien se reían y seguían comentando del clima y del precio del
arroz.
Ayer, cuando fui a la orilla del mar a ver el atardecer - a
conectarme y desenchufarme – vi como una niña rompía una rama de mangle. No
importaba que el mangle esté protegido por las leyes ecuatorianas, ni que sirva
de albergue a pelícanos y más aves marinas, ella obvió mi amonestación y siguió
rompiendo el árbol. El padre de la niña no se inmutó. Siguió conversando del
clima y del precio del arroz, mientras la niña ponía más esfuerzo en romper esa
y otra rama más.
Ayer, mientras caminaba por el pueblo en el que vivo, un
grupo de niños lanzaban piedras a un pobre perro flaco y tímido que estaba
atado con una cadena más grande que él a un palo más flaco que su propia pata.
Un perro con un poco de autoestima hubiera podido halar su cadena y romper el
palo. Todos se reían viendo al pobre perro tratar de escabullirse de la lluvia
de piedras. Me detuve ante la mirada de tristeza del perro y pedí que paren. Se
me rieron en la cara y continuaron. Salió su madre (o habrá sido tía) y me
recriminó por haber osado en cortar la diversión.
Es triste haber llegado a este punto. Sé que hay
excepciones, pero parece que éstas son pocas. Y – desafortunadamente – quiénes
hacemos esas excepciones somos mirados como eso. La norma destaca otro
comportamiento. Ejercer el derecho absoluto a ser los amos de la naturaleza, de
sus seres y creaturas (¿o son criaturas? – de crear o de criar) y
con ellos el tratar mal a propios y ajenos. Al ser los seres más inteligentes
antropomórficamente hablando, debemos enseñar y practicar respeto. Respeto a
todos y a todo. Solo así podremos asegurar llevar con honra ese ‘título’ tan
honrosamente ganando a la larga de la carrera evolutiva.
No hay comentarios:
Publicar un comentario