miércoles, 8 de octubre de 2014

ahorros de cocinera

Hay un libro maravilloso – “Momo” de Michael Ende (quién también escribió “La historia sin fin”) – que habla de cómo llegan unos seres grises, que guardan el tiempo de las personas en bancos y así la gente nunca tenía tiempo para lo importante. Solo para trabajar y trabajar. Trabajar para ahorrar tiempo. Y siempre con menos tiempo. El tiempo era el oro de esos seres grises por cuánto los humanos le damos tanto valor a éste. 

"Stolen time" - fuente: insatiablereaders.blogspot.com
En la búsqueda de ahorrar tiempo, tomamos café instantáneo, comemos hamburguesas rápidas, preferimos el sitio donde no se demoran en servir, no damos paso en el tráfico y obviamos el beso de buenas noches. Todo por ahorrar tiempo. Ahorrar. Como si tuviéramos una libreta de ahorros dónde ponemos nuestros ahorros de cocinera en miras a un viaje de vacaciones cuando tengamos plata. O para jugar a las escondidas contando hasta 100. Como si el tiempo fuera ahorrable. Y gastable en futuro cercano. En un futuro que nunca llega.


Con esto del ahorro de ese tiempo escurridizo, nos olvidamos que hay pocos olores mejores que el del café recién pasado (el olor de la tierra cuando llueve, es uno de esos). De la felicidad involucrada en poner las hamburguesas al fuego de la parrilla y oír la grasa caer en los carbones. Del olor de esa grasa en los carbones. De la buena conversa con un vino en la mano mientras esperamos la cena. De la cena. De la satisfacción de ser cortés y permitir que el carro vecino entre delante nuestro. De la sonrisa llena de agradecimiento recibida. De la calidez de sentirnos queridos. Del beso.

Los días siempre tienen 24 horas (o 1440 minutos) independientemente si ahorramos tiempo o no. Cada día se reescribe con el mismo número de minutos y el tiempo ahorrado se esfuma con lo que cerramos los ojos al dormir. No sirve de más. La vida es una sola. Y es demasiado corta y bonita para obviar esos placeres de la vida que surgen con el derroche de un poco de tiempo. Que al fin y al cabo no es derrochar. Es hacer buen uso de la vida.  De esa vida que solo la vivimos una vez en este cuerpo y con esta mente. De esa vida que nos hace sentirnos felices de vivirla y que nos deja una sonrisa dibujada en la cara cuando se pone el sol y sale la luna. De sabernos vivos. De saber si que si bien de ésta no salimos vivos, sí que la gozamos en el entremedio.

[Publicado en Diario El Tiempo de Cuenca el 15 de noviembre del 2014 - http://es-cara-bajo.blogspot.com/2015/01/gran-quizas_37.html]

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