En seis meses cambiaré de domicilio. No de manera permanente
pero si de una permanencia temporal de cuatro años. Como familia nos llevaremos
lo que pueda entrar en el equipaje autorizado como pasajeros de clase turista.
Ni más ni menos; el sobre peso es demasiado caro para el bolsillo de quienes
volveremos a ser estudiantes. Desde ya estamos revisando qué se queda, qué se
va, qué se va a guardar en la bodega en cajas herméticas y con bolas de
naftalina.
Desde siempre supe que me iría. Desde ese entonces creí
saber que haría con mis cosas. Había puesto etiquetas mentales que acreditaba
el destino final de mis pertenencias. El proceso de desapego era innecesario.
Eran cosas materiales, los recuerdos los llevaba en mi cabeza y corazón. Hoy
que tengo que empezar a decidir este destino final, veo que el pragmatismo
original ha sido reemplazado por el romanticismo.
El proceso es tenaz, como dirían los amigos de Quito. Hay
dos opciones – se queda o se va. Un blanco y negro comercial. Es difícil pensar
en blanco y negro cuando uno tiene el rojo pasión, el verde esperanza, el
amarillo patito y el azul cielo en el corazón. Cada una de las posesiones
materiales tiene un color que indica el grado de apego. Hay tantos recuerdos en
las cosas materiales. Me he encontrado viendo con ojos melancólicos a un
jarrito plástico de colores donde mi hija Nina tomaba su leche. Su coco-agua,
como dice hasta ahora. También me pierdo en los recuerdos de la ropa de los
chicos archivada en el closet más escondido de la casa. Les huelo y pretendo
que todavía son chicos mis chicos. Veo mi ropa y me acuerdo de mis aquelarres y
de las noches sin dormir y llenas de emoción. Veo los cientos de libros – de
novelas, de historietas, de ciencia – que tenemos y pienso en comprarme un
scanner para digitalizarlos y llevármelos todos. De ahí me acuerdo que me
encanta el olor a libro y me quedo nuevamente en el limbo sobre qué haré con
mis libros. Sé que encontrarán un buen hogar, pero ya no estarán en mi hogar.
Mis hijos ya separaron los que quieren llevarse. Solo esa dotación de libros ya
cubre el equipaje permitido de un pasajero…
Tomado, con el debido respeto, de: Las Aventuras De Enriqueta, Fellini y Madariaga por Liniers (Ricardo Siri) |
Por más que lo “comido y lo bailado no nos quita nadie” es complicado
tratar de deshacerte de esos objetos materiales que tienen tantos recuerdos
atados con hilos invisibles al corazón. Todavía no sé qué haré con lo que no
cabe en las maletas – me quedan seis meses para decidir; pero si sé que los
recuerdos se irán con nosotros a abrigarnos el corazón al otro lado del
Pacífico y formarán parte de las nuevas aventuras y experiencias que viviremos
hasta que nos toque regresar nuevamente. Todo se repite, y hay que aprender de
estos simulacros de desapego para el examen final, que eventualmente llegará.
[publicado en el Diario El Tiempo de Cuenca el 3 de agosto del 2014 - http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/9314-de-apegos/]
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