En la casa de mi abuela, había una empleada llamada Digna, y
como era la más chica de las empleadas, le llamaban Chica Digna. Digna era
bonita, cabello largo – siempre sujetado en una trenza gruesa al costado, ojos
negros ancestrales, y a sus 15 años tenía ya la exuberancia de una reina de
belleza de pueblo costeño. Digna siempre mantenía su cabeza bien erguida, su
espalda recta, aun cuando cargaba la silla de rueda del abuelo o bajaba el
cajón con la vajilla de porcelana ploma de la abuela; siempre estaba peinadita
y rozagante. Tenía la cara lavada y la ropa modesta; no buscaba llamar la
atención, era sumisa y bien portada. Era en realidad, muy digna en todo
sentido.
Al abuelo no le gustaba el padre Enrique que daba el sermón
los domingos, así que iba con Digna a la misa del sábado en la iglesia de la
parroquia. Digna se sentaba junto al abuelo, le pasaba el rosario, el pañuelo
para arrodillarse en el reclinatorio, le decía “que la paz esté con usted”, le
ayudaba a levantarse para la comunión y oía con mucho fervor toda la misa. El
domingo, la abuela iba a la misa del padre Enrique, y también iba acompañada de
Digna. Digna le ponía la mantilla, le pulía el bastón con Brasso y la franela
roja comprada en la esquina, y juntas del brazo iban tempranito a la iglesia.
Se ubicaban a la mitad, para así ver y ser vistas. Digna informaba a la abuela quien
era el galán de turno de con quién llegaba la Yolanda de la esquina, mientras
la abuela se santiguaba y decía “Ave Maria Purísima Sin Pecado Concebida”, le
pasaba el rosario y el pañuelo para el reclinatorio, le contaba el último
chisme que había oído en la cocina, le decía “que la paz esté con usted”, le
ayudaba a levantarse para la comunión y oía con mucho fervor toda la misa.
Comulgaba siempre, se sabía enterito el catecismo, limpiaba la sacristía – sin
beber el vino de consagración, una vez a la semana; iba al asilo de ancianos
una vez al mes y al orfelinato todos los martes cuando los abuelos iban donde
los consuegros. En fin, muy digna era Chica Digna.
En casa, Digna era la más cordial de todas. Nunca estaba
malgenio ni aun cuando le tocaba ayudarnos a limpiar por enésima vez la pecera con agua verde y peces boca arriba; o cuando la abuela la levantaba en la madrugada para
que le ayude a encontrar la chalina que estaba puesta; o cuando dañe el huerto en la colecta apresurada de higos y satsumas y ella buenamente nos ayudó a ponerla a punto. Digna
soñaba con graduarse de corte y confección para ponerse su propia fábrica de
pantalones, para así mantener a su mamá y que ella deje de trabajar. Iba todas
las noches a la Academia, regresaba con los ojos hirviendo de sangre de tanto
enhebrar agujas y atender al profesor en una aula casi sin luz. La abuela ponía
de ejemplo a Chica Digna a todos en la casa y nos decía lo orgullosa que estaba
de ella y sus sueños para cuando sea grande. Digna tenía como novio al hijo del
panadero de la esquina, un muchacho robusto, alto y con cara de niño. Soñaban
con tener cuatro niños y bautizarlos según los cuatro Evangelios, con bautizo,
primera comunión y confirmación - con todas las de ley.
Un sábado que llegue a la casa de mi abuela para el gran
almuerzo familiar, encontré a Chica Digna más rozagante que de costumbre y un poquito
despeinada. La trenza estaba como chueca y los labios estaban más rellenitos.
Salió de la despensa acomodándose el delantal. Atrás salió el mejor amigo de mi
primo Rubén, también rozagante y despeinado. Después me enteré, que no había
academia de corte y confección, que no había agujas por enhebrar ni profesores
que atender, que la verdad era que Chica Digna trabajaba en el prostíbulo
local. Que Chica Digna no tenía 15 años ni sueños de ser ama de casa y madre de
los cuatro Evangelios. Supe que era una mujer de 23 años con pelo corto y
labios pintados de rojo pasión y olor a perfume de gardenias en un frasco de
Chanel número 5. Supe que Chica Digna tenía más experiencia en la cama que la
Yolanda de la esquina, una lista de amantes y una buena cuenta en el banco. No
se casó con el hijo del panadero, no tuvo cuatro hijos, pero si siguió siendo
la chica modelo ante los ojos de mi abuela, quien en su lecho de muerte la tuvo
sentada a su lado, como la Chica Digna que siempre fue.
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