viernes, 31 de enero de 2014

Sonidos y palabras

Es chistoso cómo los sonidos crean expectativas.

El ‘piiinn’ del WhatsAPP, el ‘cricri’ del BBM, el ‘pong’ del sms, el ‘taran’ del email o el ‘riiiiiiing’ del teléfono. Todos esos sonidos hacen pensar en algo en particular, que – en ocasiones – tiene que ver con lo que se vive en ese momento. Un algo que evoluciona en el proceso de aplastar el botón para satisfacer la curiosidad. Una noticia – buena o mala, una sorpresa, y hasta incertidumbre cuando no esperamos nada. Lo cierto es que nuestro oído ha creado una respuesta condicionada – como los experimentos de Pavlov – al universo de sonidos incluidos en nuestros aparatos electrónicos diarios.

Hay veces que ignoramos un sonido en particular, mientras que hay otros sonidos que nos llevan a salirnos de la ducha enjabonados. También podemos escoger ignorar todos los sonidos. Esa ignorada que no nos deja tranquilos. Que nos mantiene al vilo, alertas por un acaso sea algo importante, o urgente, o básico. Ignoramos, pero no olvidamos.

Hay veces en que un sonido nos da mariposas en el estómago. Esa contorsión de la barriga que nos moja la imaginación. Muchas veces las mariposas se van volando no más y nos dejan con la sensación de estar en este tiempo y espacio. Pero cuando las mariposas se convierten en una manada de ñus en migración por el Maasai Mara es cuando la sonrisa está a flor de labios. Varias son las causas generadoras de estas mariposas: viajes, satisfacciones, amores, reuniones. O hay las del susto también.

O el sonido del ‘biiiiip’ del microondas que anuncia esa taza de té para el alma. Sobre todo cuando es necesaria una pausa en el corre-corre. Cuando hay que recuperar la vitalidad al contemplar el calor en formas de ondas de vapor. Caprichosas en su mecer aéreo – como gimnasta de telas – ante la brisa del trajinar cotidiano. Ese calor reconfortante que nos dice que todo es pasajero.

Otro sonido sabroso es el ‘plop’ que anuncia la separación del corcho con la botella de vino. Que invita a oler el corcho y entender la calidad del sabor que viene en camino. La antelación del sabor venidero. La idea de verter en una copa un líquido con cuerpo y voluntad propia; de saborearlo, de olerlo. De ver sus piernas estrecharse a lo largo de la copa. De cerrar los ojos y decir que la vida es buena.

Nuestros sentidos están permanentemente atiborrados de estímulos. El diario quehacer nos hace que pongamos más atención a uno que a otro, y en el proceso nos olvidamos de recordar el canto del gorrión; el sonido que hacen las alas del colibrí que liba las flores del jardín; el ronronear del gato satisfecho; el sonido de la respiración de quienes amamos. Los sonidos pueden traernos al presente, y nos ayudan a viajar al pasado. Pero lo más importante de un sonido, es la capacidad de hacernos dar cuenta de cuanta suerte tenemos al ser capaces de oír.


jueves, 16 de enero de 2014

mi primera vez

Todos – creo, nos acordamos de la primera vez. Yo tengo muy presente la mía. Me acuerdo el lugar, la hora y con quién estaba. Esto de muchas de mis primeras veces.

Esa primera vez que comí alcachofas. Una cosa verde oscura con pétalos que me decían que era muy rica. Me enseñaron a sacar los pétalos y comer esa gota de carne raspando con los dientes. Con o sin aderezos. Con un plato adicional para poner el 90% de la alcachofa que no se comía. Recuerdo cómo – casi de premio, el sábado luego de las compras semanales había de entrada alcachofas. Recuerdo también, la primera vez que nos contaron que había el corazón de la alcachofa y pude disfrutar a bocados grandes su sabor.

Recuerdo también la primera vez que fui a la playa. Sentí primero la arena mojada y luego el mar entre los dedos del pie. Siempre íbamos a la playa. Cada año y cada año era la primera vez que íbamos ese año. No repetíamos el viaje, era muy lejos y largo. Me mareaba y el viaje no era placentero. No había una segunda vez por año. Solo y siempre, una primera vez.

O la primera vez que comí sushi. En realidad sashimi. Directo desde el espinazo del pescado con aderezo de mar y algo de arena. Las hijas de mi jefa tenían una columna de pescado cada una y lo saboreaban como si fuera algodón de azúcar. En ese viaje tuve muchas primeras veces. Todas eran diferentes y mágicas gracias a la conversa con los panas, la sazón diferente de los chefs con ínfulas de internacionalismo, la ausencia de etiqueta y protocolo y el disfrute al máximo. Luego llegó el sushi, con algas, arroz soposo y atún fresco. Hoy por hoy, cuando como sushi  por primera vez en un día, recuerdo ese día mágico de mi primera vez.

También es la primera vez que veo la luna llena en este mes. En este año. Y no paro de maravillarme de lo perfecta que es. La ausencia de estrellas a su alrededor crean el marco perfecto para su redondez. A veces la veo sola, a veces en compañía. Ella sola o yo sola. La misma diferencia. A veces en aquelarre, que es muy diferente a la compañía usual. Pero siempre hay una primera vez para verla en ese día, mes, año.

Una primera vez no debería contar solo cuando es la primera vez en la vida de uno. La vida está hecha de momentos, y cada momento gracias a sus características especiales, es único. Deberíamos aprender a valorar la unicidad de ese instante y catalogar todo como la primera vez. Eso hacen los niños. Se maravillan con todo y se vuelven a maravillar con ese todo cada vez. Sus primeras veces son incontables, eternas y maravillosas. Y son felices en la inocencia, en la falta de arrogancia de quién lo hizo, lo vio o lo sintió primero. La primera vez, siempre será la primera. No importa cuántas veces hayan pasado. Me gusta ver la vida bajo esa óptica, me da ganas de vivirla más. Al fin y al cabo, para lo único que si hay una sola primera vez, es para cuando morimos…

[Publicado en el Diario el Tiempo de Cuenca, Ecuador el 22 de febrero 2014 - http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/8486-la-primera-vez/]