viernes, 30 de octubre de 2015

Hallowe'en

Luego de la algarabía de la Navidad y antes de la emoción del fin de año, empezaba inocentes. Esos 10 días en que uno se podía disfrazar e ir de casa en casa. No  pidiendo caramelos, como ahora, sino rogando que la imaginación y la disponibilidad de disfraces in promptu hagan que no seamos reconocibles. Nadie hablaba. A muchos se nos veían sólo los ojos y la picardía en ellos. Bastaba para que a uno se le reconozca para que el grupo caiga en la desgracia de haber sido reconocido ni bien entrando. Habían comparsas organizadas, habían dúos, tríos y solitarios. Habían quiénes no calzaban y a quiénes cuyo disfraz vencía la imaginación y el conocimiento y no se alcanzaba a determinar de qué estaban disfrazados. No faltaban guaguas aterrorizados, perros erizados y gatos en su mundo. No faltaba el ´unito´ que sellaba el reconocimiento y el del ´estribo´ cuando estábamos de salida.

Luego del 6 de enero salíamos a las calles en comparsas, en dúos y en tríos. El centro de Cuenca retumbaba con música, risas, gritos y el Papá Noel atrasado de Navidad. Iniciaba a media tarde, terminaba cuando terminaba. Ni antes ni después. Habían premios a las mejores comparsas y la ventaja de mantener una tradición nuestra.

Fuente: Buzzfeed
Ahora celebramos Hallowe'en. Sabemos que es una fiesta muy popular en los Estados Unidos pero con orígenes celtas. Sabemos que hay que decir “Trick or Treat” aunque no sepamos qué significa. Sabemos que hay que ir de casa pidiendo caramelos, chupetes, chicles y bombones – como recitan los niños en los buses y sabemos también que mientras más fantasmagóricos sean los disfraces más metidos estamos en Hallowe'en. Nos preparamos con antelación: compramos ornamentos naranjas, sombreros negros puntiagudos, globos, diademas con cachos luminosos y llenamos la despensa con caramelos, chupetes, chicles y bombones – como recitan los niños en los buses. Algunos – conocedores desde adentro de la cultura estadounidense – lo defienden. Otros, como yo, luego de haber perdido la batalla, nos sometemos a esta invasión de tradiciones foráneas que amenazan eliminar lentamente las propias. Nos globalizamos. Dejamos de ser únicos para ser parte del montón. Del montón que no sabe que celebra, pero celebra igual porque el mundo comercial – los escaparates, alacenas y ofertas de mercado – nos dicen que debemos hacerlo. Porque si no, no estamos en nada.


La globalización va estandarizando el globo terráqueo. Borrando fronteras y límites. Pero también va amenazando tradiciones que tienen su razón de ser en los almanaques de antaño y que son parte de nuestro patrimonio cultural. De hablar cantado. De tener un cancionero por vocabulario. De ser cuencano. 

[Artículo publicado en Diario El Tiempo de Cuenca, Ecuador el 31 de octubre del 2015 - http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/11475-hallowea-en/]

miércoles, 23 de septiembre de 2015

Rereading Harry Potter


I read the Harry Potter books as they came out. I lived in the Galapagos Islands where everything took forever to get to and somehow I was able to read them relatively shortly afterwards. I managed to get a copy of the first one, released in June 1997, around February 1999. I was 28. I read each book at least three times. The second immediately after the first. The third just before the next book would come out. In those early Harry Potter years, I travelled to Melbourne for a conference on lobsters and relatives and I went into a building that seemed – to me – how the Great Hall in Hogwarts would like that in a smaller version. I got the CD of the soundtrack.

I recommended who ever wanted to read something, to start with Harry Potter. Some took it as joke. Especially when the movies were coming out. Few understand while not all gave the books a go.

I think I made my point.

Now I am re reading them with my son Theo. He is 10 and has seen the movies. The first three. We are in Book 3. The Chamber of Secrets. One chapter a night. Sometimes after he falls sleep, I start reading the next chapter to keep remembering. And then I normally start wondering whether the movies are so well done that match the general idea of the book? Or our visual memories from watching the movies have created the movie characters as the real ones in the books. I cannot imagine a better Hermione. I could see her attitude in class with the hand flying above everyone’s head. I could perfectly picture her saying – “It’s LeviOsa, not LeviosA”. Ron with his Ron face. His family just matching the abbreviated description. Harry – his parents, too.

Nina just can’t put the books down. She told me that her favourite so far was The Goblet of Fire. I just told her to keep the small details handy. I wonder what she thinks now that she is in the Order of the Phoenix. She tells me how scared she is with the Forbidden Forest. She reads them in spare minutes in school. We talk about merpeople and dragon eggs. And it all started after we bought her a wand in the Harry Potter Theme Park in Orlando. She had not read the books, and I told her that if she wanted that wand, she will have to read the first three books of Harry Potter. She reluctantly agreed. After she finished Book 3 I told her she did not have to read anymore. Thank you very much. She told me ‘no way’. She is in Book 5.

If there is a book I really like, I prefer not to watch the movie. I have not watched “Like water for Chocolate” (although everyone tells me it is a good adaptation). I just don’t have the intention of watching it. Somehow the magic the books, the spells, the locations, Hogwarts and the candles floating in mid air, made me want to see how it was transcribed into film. So, still a bit despondent, I watched 7 out of the 8 movies. I did not see ‘The Chamber of Secrets’ for some unknown reason.

This time around, I am still finding out things neither the movie or previous times reading the book I had realised. And how that little piece fits together. I am so enjoying Harry Potter the fourth time around.


jueves, 3 de septiembre de 2015

aquí, mashando...

Luego del almuerzo familiar salíamos a mashar en el jardín al frente de la casa. A veces en la de campo. Migrábamos como golondrinas buscando el calor de la tarde. A echarnos en el césped largo y picoso donde daba el sol. El olor del césped pisoteado en la algarabía de poner los ponchos, almohadones y casacas resaltaba la conexión con la tierra.  La jardinera cercana y sus rosas olorosas completaban la orquesta de olores.

"paula mashando" por graciela monsalve durán
Todos nos poníamos cabeza con cabeza. Hombro con hombro. Unos de espalda, la mayoría boca abajo. Unos dormían el sueño de los justos, otros asimilaban el calor de la tarde y los olores de la proximidad de la tierra, el resto entonaban la conversa propia del llacta. La tertulia empezaba con lo delicioso del almuerzo y poco a poco mutaba hacia el clima, el matrimonio del sobrino, la cosecha de julio y la siembra en octubre.

Los que estaban boca arriba jugaban a buscar formas en las nubes. Los que estaban boca abajo buscaban tréboles de cuatro hojas – como si fueran éstos receta para la felicidad. Con ahínco y perseverancia. Encontraban hormigas y arañas saltarinas. Saltamontes asustados. Los que hablaban buscaban emociones en los ojos de su interlocutor. Se veían claramente. Había conexión. Conexión con las nubes – el aire; los tréboles como un bosque lleno de fauna minúscula – la tierra; con nuestros seres queridos – el fuego, por el calor humano.  Hacíamos una tertulia cálida y llena de sentimientos.

Ahora, apenas al almuerzo termina con la una mano llevamos el plato a la cocina y con la otra revisamos el celular. La mirada fija en ese aparato frío y demandante. Ese que nos indica permanentemente que hay algo ahí - lejos - que es más importante que el calor humano cercano. Si no nos tropezamos es porque ya conocemos el camino. De memoria, por la práctica permanente. Es imperante ver qué pasó en el mundanal ruido durante nuestra ausencia cibernética. Esos breves momentos dónde dejamos de tener amigos virtuales para socializar con los reales. Con quiénes nos rodean y nos pueden dar un abrazo de esos apapachadores.


Ya no mashamos. Ya no nos miramos a los ojos con intención. Miramos a los ojos buscando una pausa minúscula que permita desviar nuestra mirada al celular. A esa lucecita que nos permite ausentarnos si bien estamos físicamente presentes. Ya no conocemos el olor del césped pisoteado en la algarabía. Ya no podemos discernir los olores de la jardinera cercana y sus rosas olorosas. Los celulares todavía no han logrado emular ese sentido. Y poco a poco nos vamos sumergiendo en una realidad virtual que nos conecta más con las máquinas y menos con los humanos. Creo que la solución podría estar en volver a mashar… 

viernes, 28 de agosto de 2015

vida de a perro

En más de 20 años de vivir por mi cuenta, es decir – sin relación de dependencia total con mis papis – nunca había tenido un perro. La vida itinerante primero y luego vivir en Galápagos había puesto las cartas en contra de tener un perro. En Galápagos, si bien hay perros. Muchos. Muchos más allá de los que son realmente cuidados y queridos, era nuestro principio en contra de los animales introducidos. En islas, los animales introducidos – desde perros, pasando por gatos y chivos a moscas y salamanquesas – son una de las peores amenazas a su integridad natural. En nuestro jardín teníamos cucúves, lagartijas, pinzones y un césped donde descansar sin tener que mirar primero.

Como en todo lado, y nuestro país no es una excepción. Muchos perros llevan la vida de perros. Flacos, ojerosos, cansados y sin ilusiones. No tienen abrigo, ni comida, ni cariño. Tienen cachorros y hambre. Comen lo que hay, cuando hay.  Tienen sarna y cadenas. Tienen golpes y menosprecio. El tener un perro esterilizado es señal de poca valía. De poca hombría, pasando por lo del género. Y por consiguiente hay perritos para regalar. Literalmente. Pero no los regalan, algunos los venden, la mayoría los abandona. Y se convierten hasta en problema de salud pública. Un dolor de cabeza para los amantes de los animales y un rubro en el presupuesto para las autoridades.

En Ecuador, generalmente los perros son puertas afuera. Viven afuera, duermen afuera y se bañan en la lluvia. Uno les da un tap-tap en la cabeza en la mañana y en la tarde, al llegar del trabajo, un buen grito para que se muevan de la puerta del garaje para poder terminar el día viendo la tele. Pocos son los que comparten la merienda familiar debajo de la mesa, el calor de los pies del humano de turno mientras nos regalan con esos ojos perrunos, llenos de amor. Agradecidos por que su vida de perro es menos trágica que de sus congéneres callejeros.

En Australia, generalmente los perros son puertas adentro. Tienen seguro médico, hospitales veterinarios con estrictas reglas de procedimiento y alta tecnología. Son esterilizados pronto. Tienen cama, dama y chocolate – por ponerlo en analogías humanas. Las playas se llenan a las cinco de la tarde con familias enteras que corren, juegan, saltan y socializan con sus perros. Por su parte, los perros asisten a la escuela para aprender a comportarse en sociedad.  Los humanos, en el proceso, somos más humanos. Más felices, más relajados y con mayor conexión con eso que nos hace humanos. La habilidad de tener empatía, de ser solidario con los más pequeños. De ser felices con las cosas pequeñas.

Como alguna vez me dijo un conocido, hasta para ser perro se necesita tener suerte…




[Este artículo fue publicado orginalmente en Diario El Tiempo de Cuenca http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/11116-vida-de-a-perro/ el 15 de agosto del 2015]

miércoles, 10 de junio de 2015

antípodas

Extremos. Antónimos. Opuestos. Matemáticamente hablando, serían un ángulo de 180°. Diametralmente opuestos. Los humanos buscamos extremos para todo. La antípoda de Quito es Singapur. Es decir, estoy casi al otro extremo del planeta. Y al estar acá puedo sentir con dolor los extremos que se están viviendo en mi país. Odio y amor. Pero de esos odios y amores jarochos, como hubiera dicho el Chavo del Ocho.

Estos polos están atiborrados de sentimientos de gran calado. Todos hemos tomado un bando. O estamos a favor. O estamos en contra. Que no es lo mismo, pero es igual. Lo que unos odian, lo aman los otros. Y viceversa. Hay intercambio de bandos. Unos se quedan, incólumes. Otros se van, acérrimos. Y en el momento que pisamos esa débil línea que separa los bandos, nos polarizamos al punto del fanatismo.

protesta ecuador (600 x 398)
Fuente: IMPACTOCNA (www.impactocna.com)
Veo con pena como hay enfrentamientos. En que el un bando saca al otro y no solo de quicio. Hay intercambios de gestos, señas, palabras. Hay provocaciones de lado y lado. Cada uno se siente ganador en esta derrota de ver un enfrentamiento entre hermanos. Mentamos la madre y la naturaleza, como si no supiéramos que a esas dos madres no se las debe tocar ni con un pétalo de una rosa. Quiénes eran aliados ahora son enemigos. Quiénes eran enemigos ahora son co-idearios.

Los enfrentamientos suben de tono. Y las fuerzas del orden, que son parte ambivalente en todo esto deberán responder a quien les paga su sueldo. Sean estos los de un bando o del otro. Son pueblo, después de todo. Bien lo dicen sus escudos antimotines. Tal vez el orden de los sustantivos dé lugar a pensarlos del otro bando, pero todos necesitamos trabajar para llevar el pan a la casa. Tal vez por eso están en ese orden. Espero que sepan meditar, que los altercados de lado y lado, pueden dar lugar a que actúen sin pensar que al otro lado del escudo está un hermano. Son humanos después de todo.

Solo espero que este antagonismo no pase de eso. Un duelo de voluntades, de egos, de límites y excesos, de atentados a la libertad, de ningunear el laborar de toda una vida  – y su manera categórica de expresarlos a viva voz y a forcejeos. Los extremos no son buenos y peor si los ponemos en práctica con quiénes son nuestros vecinos, colegas, amigos, paisanos y compatriotas. Solo espero que quién genera esta polarización de sentimientos utilice su cabeza para algo más que para ponerse el sombrero y se inteligencie en cómo evitar algo que – desde acá, desde la casi antípoda del Ecuador – parece inevitable. 

domingo, 17 de mayo de 2015

once upon a time

Once upon a time there was you
And now there is no you…


Photo: Veronica Toral-Granda
but
I can still remember
all the craziness
the laughs
the cheerful conversations
and
the serious ones too

the drives around Cape Town
your warm smile
the sparkle in your green eyes
in the afternoon sun

the wine
and
the bread
and
the music

the Vogelgat
and
the Kalahari
the coffees
and
the teas
the camping
and
the Old Brown Sherry

the oystercatchers

so, there is still you
in all those fond memories
in all those laughs archived in time
in all the times I think of you

my life is definitely better because you are still in it

miss you my friend, always

[related entries: Do you remember, Doug? and  a birthday on social media]

miércoles, 13 de mayo de 2015

de ocio

Fuente: alguna red social
Quienquiera pensaría que escribir es fácil. Al fin y al cabo es una de las primeras cosas que aprendemos en la escuela y que – junto con las cuatro operaciones básicas de matemáticas – las usamos hasta el fin de nuestros días. Pero no, no es tan fácil. Hay veces que bloqueos tecnológicos, mentales o espirituales hacen que terminemos escribiendo sobre lo difícil que es escribir.

Tampoco ayuda en estos bloqueos que ya no tengamos tiempo de ocio. Es decir tiempos para dejar volar la imaginación. Para crear historias. Para soñar sueños. Estamos permanentemente conectados  a algo. Tenemos sonidos que nos alertan. Lucesitas que nos recuerdan que hay algo pendiente. Un correo electrónico. Un comentario en las redes sociales. Una nueva canción en la lista de música. El link que nos compartieron sobre las últimas tendencias de moda en Hollywood. En fin, algo que nos mantiene ocupados. Mal-ocupados, en muchas ocasiones.

Ahora es común tener el internet más rápido. Pagar mucho por una mejor conectividad móvil. Tener televisiones en restaurantes. Prohibir hablar en buses y trenes. Poner WiFi en buses y trenes. Desktops, laptops, tablets, celulares inteligentes y no tan inteligentes. Redes sociales. Nuestro cerebro está siempre ocupado con ideas pre-digeridas que nos dejan pocas opciones más allá que compartir en la red social de preferencia.

Fuente: alguna red social
En aquellos breves momentos en que no estamos haciendo algo, siempre aparecen ideas. Historias. Sueños. Pero el sonidito ese, la lucesita aquella, circuitan el lado derecho del cerebro y nos quedamos con ideas, historias y sueños a medio vuelo. Se nos marchita la pasión, la creatividad, el deseo de hacer algo más que depender de esa lucesita, de ese sonidito. De esa maquinaria diseñada para alimentarnos permanentemente– en la mayoría de los casos – de cosas innecesarias. De hacernos vagos de imaginación. De cortar las alas de la creatividad.

En ocasiones esta sobre saturación de información nos disminuye el criterio y nos hace pensar igual a los demás. Resta la riqueza de la diferencia. Del pensamiento opuesto. De buscar en nuestro interior una posición sustentada en la lógica y en el conocimiento. Nos quita la formulación de nuevos postulados o de crecer interiormente sobre la base de esta diferencia. 

No se requiere mucho volver a escribir creativamente. Creo. Siempre hay muchos estímulos ajenos a la tecnología que facilitan la creación de cosas. Tengo muchas medias-ideas. Sólo me falta madurarlas y sacarlas a la luz. Tengo que dejar de depender de la tecnología. De sus lucesitas y soniditos. Espero que mi próxima pieza sea sobre algo más coherente y no solo el hecho que se me ha hecho bastante difícil escribir. 

miércoles, 28 de enero de 2015

gran quizás

[Sugerencia: leer todo este texto de una, leer luego los vínculos provistos]

...


Fuente: http://www.myjunkobsession.com/2012/03/painted-suitcases.html
Parafraseando a François Rabelais, me voy en búsqueda de un gran quizás[1]. Tengo algunas dudas, muchas certezas y cantidad de interrogantes. Así como son los quizás. Inciertos. Y con tantas posibilidades que es mejor dejarlos así.


Me voy, no porque acá no es suficiente. Me voy porque si bien es así, tengo un empacho con el status quo. Estoy en una zona de confort que me está apolillando la comisura de la sonrisa y anquilosando las articulaciones de la emoción. Años en lo mismo - con sus subidas y bajadas estacionales - que es necesario dejar todo y ponerse el sombrero de explorador. Dejar lo cómodo y seguro por lo espontáneo y arriesgado. Dejar la satisfacción de lo conocido por la emoción de lo que vendrá. De volver a tentar a lo desconocido. De empezar una aventura. Como ya las que ya he tenido antes y que han sido tan gratificantes.

A estas alturas del partido uno generalmente no deja todo. Todo. Uno no deja lo que ha trabajado en tener. Pasando por los apegos, las brujas y para llegar a las herencias tangibles e intangibles. Uno generalmente no hace eso. Generalmente. Pero yo no encajo en las generalidades. Nací con la mochila puesta - dice mi mami a menudo. Y ahora la mochila se cambió por ocho maletas en clase turista para una aventura en familia.

Fuente:
https://www.pinterest.com/pin/362891682445054623/
No creo que es ser valiente como me dijeron hoy. Creo que es tener sed de seguir aprendiendo, de seguir creciendo, de seguir viviendo. De aprender, crecer, vivir de acuerdo a ese sueño personal parqueado en algún lugar de la memoria. De ese sueño bien necio que se rehúsa a ser archivado por mucho tiempo. Uno que alborotó la comodidad y me hizo picar la curiosidad.


Es hacerlo porque sé que puedo. De hacer algo a pesar de tener miedo. De encaminarme a los Himalayas en lugar de preferir un paseo en carrusel. De saber que entre los intangibles que dejaré a mis hijos es la certeza que cualquier momento es bueno para aventurarse y cambiar la rutina. De experimentar un quizás que va a ser mejor en experiencias, en oportunidades, en metas cumplidas. O tal vez, simplemente, por tener la oportunidad de ese quizás. Y, realmente - porqué no.








[1] N. de la A. esta frase la ví por primera vez en el libro de John Green “Looking for Alaska”


[Publicado en el Diario El Tiempo de Cuenca el 31 de enero del 2015 - http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/10217-gran-quiza-s/]