martes, 18 de diciembre de 2012

Hablando de regalos...



El año pasado – por estas épocas del año, por cosas de trabajo me tocó organizar la visita de un grupo muy importante (léase financieramente muy importante). Les ayude con reservas (de avión, hotel, carros, alimentación – con alergia incluida), con logística general y apoyo cuando el ‘Mister’ levantaba la mano. En realidad, fui una attaché-dama de compañía eficiente y eficaz.

Al segundo día, el Míster me dijo que me tenían un regalo de agradecimiento. Agradecí sonreída y mi imaginación empezó a volar. Empecé a imaginarme qué era lo que me habían traído. Al ser una persona bastante adinerada (¡por no decir millonaria!) toda mi imaginación se centró en cosas materiales. Cosas caras. Cosas de moda. Cosas tecnológicas. En ese entonces, estaba en auge el iPad o recién había salido el Kindle Fire de Amazon; o una Samsung Galaxy; o un reloj; o una cámara de fotos; o un… Para el desayuno ya mi cerebro había pasado por Cartier, Gucci y Apple. Para medio día, me bajé de la nube y supuse que era un iPod nano. 

En la noche del tercer día, el Míster y su esposa se me acercaron con una sonrisa cálida y fraterna – y un paquete chiquito. Un cubo verde sin pompón rojo ni papel de regalo. Me lo entregaron a la vez que el Míster me explicaba que le gustaban mucho los pinos Frasier (‘Frasier Fir’) y que era su olor favorito en esta época y el resto del año. Que esta vela con esencia de pino Frasier era su regalo para mí. Su esposa me contaba que su casa en esta época olía toda a pino Frasier y como sus nietos se regocijaban abriendo los regalos con ese olor y el sonido de los villancicos. El Míster me contó más del pino Frasier mientras yo trataba de abrir el cubo verde sin pompón rojo ni papel de regalo. Cuando lo saqué, todo mí alrededor se llenó del olor de navidad. O del olor de cuando caminaba por los bosques septentrionales al inicio del invierno, cuando los pinos están produciendo a toda máquina sus aceites esenciales para evitar congelarse en temperaturas de -50°F. Era un olor cálido, de buenos recuerdos y de chocolate caliente.

El Míster, con toda su capacidad económica me trajo de regalo un olor. Algo que para el significaba mucho y que él mismo lo escogió. Algo que para el significaba lo conocido, lo querido, lo añorable. No un Cartier, Gucci o iPad que lo hubiera comprado el asistente de su asistente a última hora. Me trajo algo intangible. 

Me imagino que le gusta mucho el olor del pino Frasier, que este año me trajo otra vela igualita.

[publicado con modificaciones en el Tiempo de Cuenca el 1 de enero 2014 http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/8207-hablando-de-regalos/]

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Christy’s Legacy Ceramic Garden


Don Quixote on a wooden hobby horse
Sancho Panza on a rocking donkey
a mermaid with a crooked nose
a woman with a glazed eye woops a few babies bottom-up
a striped boob
a blue gypsy palm reader
body-less babies
angels and fiery-eyed bulls


When I first came here, I often saw this lovely lady, dressed like Holly Hobbie… light blue jumper dresses, long and ample skirts with a plaid shirt, comfortable shoes and socks. The only thing that did not match my childhood Holly Hobbie was that she wore a big brim hat – apt for the tropical sun that shines most of the year.  Back then, although I spoke English, I did not meet her. I was told her name is Christy – from California, married to a local guy and had two kids about my age. She, with her husband, still own the local hardware store where you could find most things needed on an island full of boats and buildings built with salt water and beach sand. But she also owned an art supplies shop; then I heard she is an artist too.

I grew up in an arty environment. My mom worked in my hometown’s University Art Department and during our school holidays we used to go there to play with the clay and the pottery wheel pretending to make Ming Dynasty vases; or to use the easels and pretend we were Dali or Picasso or Klimt. My then-best friend is an artist – and a very good one too, so I would hear about different types of mediums available; the difficulty of mastering watercolor and the impermanence of its results; or the relative ease of working with oil paints; or the brightness and the vivid colors of acrylic. So an art shop was like going back to something I understood and to which I belonged. I stopped quite a few times at Christy’s art shop – never bought anything. Hardly spoke to her but the usual queries about prices. Sometimes I would only stare through the closed windows wishing I could draw, paint, sculpt or something, I could buy that lovely stuff.

Then I left and came back. I found Christy still dressing in her ample light blue dresses, she still owned both the hardware store with her husband and the art shop, and now with a bit more pocket money I could afford some materials to match the ‘Drawing in the Right Side of the Brain’ book given to me by my husband. I never progressed much but then Christy became an acquaintance and soon – a friend, because she closed down her art supply shop.

A few years ago, Christy started to decorate the entry way to her ocean front house with mosaic. Her fascination with tiles and ceramics had started long ago, collecting all sorts of odd ceramic tiles on her trips: bright cobalt blue ones, flowery ones, deep crimson ones, some with lettering, some with textures, some with scenes of animals. She was seen around town lugging a broken toilet tank in one hand and some orange plates in the other. Before long, we all started gathering our broken ceramics to hand them to Christy.

About three years ago, Christy got diagnosed with lung cancer and started chemotherapy. In between treatments, she started developing her ceramic garden in the alleyway to her house. A mermaid with a crooked nose was first – a maiden starting a voyage with ornaments on her forehead and a colorful necklace; her exuberant breasts framed her body whilst her fish tail was ready to jump into the nearby sea. At the roadside entrance, Don Quixote and Sancho Panza attempt to fight windmills riding a wooden hobby horse and a rocking donkey each; the finger maze and the A-B-C-D entertains passing kids whilst their parents admire the array of ceramic bottom-up babies, body-less babies, teacups with native succulent plants, striped blue-footed boobies, dancing green fairies, an angel surrounded by fiery-eyed bulls and ceramic faces that stare into posterity.

She is 68 and has been an artist most of her life, but now she is able to do this full time, for good, for real. The Ceramic Garden is Christy’s legacy to us. A reminder of how simple things could mesmerize the eye of the beholder; how color can change our days; how her passion for her world could make our world a much brighter one. Beauty is indeed in the eye of the beholder, and I am so happy to have my eyes resting on her beautiful Ceramic Garden.

[Disculpas por publicar esta entrada en ingles... así fue redactada y revisada por Christy... siento que es mejor que quede en este idioma]

miércoles, 28 de noviembre de 2012

En espera



Sabía que iba a esperar, así que me lleve un libro – Budismo para Mamás, pensé que era el apropiado. Esto de ir a sacar turno en el Hospital República del Ecuador era como entrar en la dimensión desconocida. Desconocida no solo porque no voy para allá, sino desconocida también pues nadie sabe cómo es que funciona el hospital. 

Las opciones médicas en mi pueblo son pocas, y para mi mal en particular limitadas a las 07h30 a las 16h30 en el Hospital República del Ecuador, horario en que atiende el galeno especializado en lidiar con mi molestia. Como ignorante en el tema de servicios médicos públicos, me acerqué con la tarjetita amarilla con mi número de historia clínica a la ventanilla donde hace tiempos me atendió un servicial don Antonio. Hice fila – con mi libro, y esperé a que la señora con la bebé llorando a mares alcanzara a dar sus datos para que le ubiquen su historia clínica. Las historias clínicas se guardan por Don Antonio y solo él sabe dónde encontrarlas. Apenas me tocó mi turno, extendí mi tarjetita amarilla como si fuera una visa múltiple para ingresar al Hospital. Don Antonio me miró con ¿desconcierto? ¿desazón? ¿malgenio? No alcance a poner el dedo en su expresión y muy pausadamente me indicó que debía ir a la carpa que estaba afuera para sacar el turno. 

Agradecí por la amabilidad de la explicación pausada y salí. A como 20 metros estaba la zona de emergencia. Afuera la carpa en mención con unos bancos en forma de C que desembocaban en una puerta de vidrio con el letrero TRIAGE y ENTREGA DE TURNOS. No había cupo para mí en las bancas. Esperé parada entre una señora con dos niños agripados y otra señora con claros signos de embarazo. Retomé mi libro justo en el capítulo de la paciencia – ¿concidencia? A medida que fueron avanzando las personas en las bancas, la mayoría mujeres con o sin niños, fui avanzando con mi libro entre preguntas del motivo de mi dolencia, del número de hijos vivos que había tenido y la facilidad para aprender inglés.

Cuando, tres horas más tarde yo fui la “siguiente” según la voz de la amable enfermera, presenté la tarjetita amarilla con mi número de historia clínica y me informaron – con una sonrisa, que ya no había turnos para mi galeno requerido, y que haga el favor de volver a la tarde. Solo que debía volver a hacer la fila desde cero… las 3 horas de espera (y rancla al trabajo) no contaban. Sopesé el asunto, evalué el costo beneficio de regresar a la tarde, analicé las consecuencias laborales y de salud de volverme a sentar otras 2.5 horas, vi cuánto de mi libro quedaba por leer… y decidí decirle a mi dolencia que se espere hasta una próxima vez y regresé a casa con una aspirina en el bolsillo.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

de zorros y aquelarres



[dedicado a la mujer del diamante]

la noche estaba negra - como son las noches de luna menguante, el viento soplaba entre los árboles y las olas reventaban contra los barcos pesqueros anclados en la bahía... las nubes flotaban lentamente por el cielo estrellado, formaciones fantásticas se veían al alzar la vista; murciélagos chirriaban en su vuelo a cazar mariposas nocturnas y saltamontes adormilados, un búho esperaba encorvado el arribo forzoso de algún insecto encandilado... solo faltaban los zorros, emblemáticos seres de las noches de luna...
en la lejanía, un grupo de mujeres danzaba a la luz de la luna reducida, siguiendo rituales secretos; se contaban experiencias y se cantaban mantras, la luz era tenue y la pitonisa mayor con un tocado de dos astas paralelas recibía los conjuros de las demás mujeres que invocaban los altos espíritus y sacrificaban recuerdos por el bienestar de la comunidad. una vela circulaba de mano en mano, las palabras flotaban en el ambiente y cada una de las mujeres la interiorizaba y las guardaba como propias; globos ceremoniales pendían de candelabros y paredes, un banquete de dulces y amargos, de suaves y duros yacía sobre la mesa de vidrio... los instrumentos para el sacrificio estaban listos: botellas, escobas y otros enseres de utilidad. los cantos y las carcajadas alborotaban la noche...
al acabarse el ritual interno, la pitonisa mayor ordenó la salida de la bandada de mujeres al exterior - a lidiar con los demonios y las tentaciones propias de la civilización, a predicar el fin de una era y el comienzo de otra, a manifestar el compromiso del clan a la felicidad de las participantes...  el jolgorio de mujeres marchó por las calles obscuras levantando más de una mirada al pasar; sonrisas, risas y suspiros acompañaban al corro de mujeres con sentidos exaltados. al entrar a la edificación predestinada para continuar el ritual, los seres nocturnos ajenos a este aquelarre miraron con ojos desorbitados la concurrencia de féminas que cantaban y reían a carcajadas, que demostraban tan abiertamente la felicidad por la pitonisa y las demás concurrentes... otro círculo se creó con la pitonisa en el medio, quien con brebajes y pócimas había empezado a entrar en el trance de la felicidad y la inconsciencia
de repente, un ser fuera del mundo conocido osó ingresar en el círculo sagrado – vestido de negro y azul, los colores de los grandes hechiceros; su intención era pasar al otro lado del clan, ignorar a la pitonisa y su séquito, romper la hermandad de la noche. las mujeres alborotadas por este descaro intentaron despojar al ser de sus ropajes mágicos dejando al descubierto un torso perfecto que olía el dulce olor del arrebato, el olor del zorro astuto, inteligente y hermoso. el descubrimiento alborotó a todas las mujeres del clan quienes apabulladas por semejante visión se alejaron y buscaron centrarse en sus propias manos y recuerdos, y así evitar que la astucia del zorro humano les lleve al barranco de lo desconocido y deseado
sólo una de ellas se quedó – embelesada ante el talante de lo presente, de la visión extraterrenal en tierra; los pies no respondieron a la orden consciente del cerebro de que corra, de que se aferre a sus manos portadoras del diamante de tranquilidad, del diamante que apaciguaría sus hormonas y deseos. el zorro humano también se quedó estupefacto ante la mujer delante de él, quien con mirada esquiva le hizo frente desafiándose entre hermosos
el clan de mujeres apabullado por la afrenta decidió romper el hechizo del zorro humano y llenar de feromonas cubiertas de luz a la mujer embelesada para traerla nuevamente al presente y evitar futuros inciertos. el zorro humano se mantuvo al margen del grupo, interiorizando el aquelarre y buscando maneras de acercarse a la mujer ya protegida por los conjuros del diamante y del clan
en toda la noche no pararon las miradas entre el zorro humano y la mujer del diamante, no se hicieron esperar los suspiros y las excusas para rozar las pieles o sonreír al aire miradas de complicidad. al casi romper el alba el clan de mujeres se desbandó buscando el resguardo de lo conocido y la alegoría de lo terreno. el zorro humano buscó penetrar el reino de la mujer del diamante pero ella aterrorizada ante la posibilidad de perder la tranquilidad se aferró al primer hombre amigo quien le brindó la seguridad del brazo y un pseudo título de pertenencia
las mareas que marcaban los días pasaron y el zorro humano desaparecido en el mundanal ruido de la civilización solo llenaba las fantasías y recuerdos de la mujer del diamante y su clan próximo. no había marea diaria que no trajera el recuerdo del almizcle del zorro humano, el recuerdo de la proximidad lograda o el aroma del aliento emanado. la mujer del diamante aferrada a lo conocido solo repasaba mentalmente la noche de luna menguante esperanzada en encontrar algún indicio que indique un próximo encuentro
dos días antes de la luna llena la mujer del diamante y su clan íntimo salió a invocar, con brebajes, pócimas y conjuros, su bienestar terrenal. el séquito incluía el dueño del corazón y la intimidad de la mujer del diamante. ella reconfortada por el olor conocido de su hombre y la camaradería de las mujeres del clan había logrado independizar su deseo terreno del recuerdo del zorro humano y danzaba con traje negro a la luna por venir. más, a lo lejos estaba el zorro humano – pendiente, conscupiscente y lascivo
el clan reducido bailaba la llegada de la nueva luna llena colmándose de energías y resplandor – brazos levantados, caderas cadenciosas, ojos entrecerrados, tambores y cuerdas; risas, sonrisas y carcajadas; miradas de soslayo y de frente; olores dulces, profundos y a colores
el zorro humano se acercó y la mujer del diamante invocó a la energía presente para no caer en el abismo de la tentación. su olor a almizcle y sudor, los músculos definidos y el talle triangular eran propicios para las caricias, para perderse en la sinuosidad del deseo y el placer desbordante - la finita presencia del zorro humano
los brebajes y las pócimas estaban actuando en la mujer del diamante, propiciando la pérdida del escudo de la tranquilidad y el ímpetu de probar lo desconocido; de cambiar lo conocido por lo desconocido; de mirar el horizonte con otros ojos y buscar otros placeres – pero el carruaje del amanecer irrumpió los deseos inhibidos y llevó a la mujer a la parte alta del mundo – fuera del alcance del zorro humano que no hizo más que buscar apaciguar sus deseos en una cueva fuera del alcance de los mortales donde habían otros brazos levantados, otras caderas cadenciosas, otros ojos entrecerrados, diferentes tambores y cuerdas

lunes, 12 de noviembre de 2012

chica digna



En la casa de mi abuela, había una empleada llamada Digna, y como era la más chica de las empleadas, le llamaban Chica Digna. Digna era bonita, cabello largo – siempre sujetado en una trenza gruesa al costado, ojos negros ancestrales, y a sus 15 años tenía ya la exuberancia de una reina de belleza de pueblo costeño. Digna siempre mantenía su cabeza bien erguida, su espalda recta, aun cuando cargaba la silla de rueda del abuelo o bajaba el cajón con la vajilla de porcelana ploma de la abuela; siempre estaba peinadita y rozagante. Tenía la cara lavada y la ropa modesta; no buscaba llamar la atención, era sumisa y bien portada. Era en realidad, muy digna en todo sentido.

Al abuelo no le gustaba el padre Enrique que daba el sermón los domingos, así que iba con Digna a la misa del sábado en la iglesia de la parroquia. Digna se sentaba junto al abuelo, le pasaba el rosario, el pañuelo para arrodillarse en el reclinatorio, le decía “que la paz esté con usted”, le ayudaba a levantarse para la comunión y oía con mucho fervor toda la misa. El domingo, la abuela iba a la misa del padre Enrique, y también iba acompañada de Digna. Digna le ponía la mantilla, le pulía el bastón con Brasso y la franela roja comprada en la esquina, y juntas del brazo iban tempranito a la iglesia. Se ubicaban a la mitad, para así ver y ser vistas. Digna informaba a la abuela quien era el galán de turno de con quién llegaba la Yolanda de la esquina, mientras la abuela se santiguaba y decía “Ave Maria Purísima Sin Pecado Concebida”, le pasaba el rosario y el pañuelo para el reclinatorio, le contaba el último chisme que había oído en la cocina, le decía “que la paz esté con usted”, le ayudaba a levantarse para la comunión y oía con mucho fervor toda la misa. Comulgaba siempre, se sabía enterito el catecismo, limpiaba la sacristía – sin beber el vino de consagración, una vez a la semana; iba al asilo de ancianos una vez al mes y al orfelinato todos los martes cuando los abuelos iban donde los consuegros. En fin, muy digna era Chica Digna.

En casa, Digna era la más cordial de todas. Nunca estaba malgenio ni aun cuando le tocaba ayudarnos a limpiar por enésima vez la pecera con agua verde y peces boca arriba; o cuando la abuela la levantaba en la madrugada para que le ayude a encontrar la chalina que estaba puesta; o cuando dañe el huerto en la colecta apresurada de higos y satsumas y ella buenamente nos ayudó a ponerla a punto. Digna soñaba con graduarse de corte y confección para ponerse su propia fábrica de pantalones, para así mantener a su mamá y que ella deje de trabajar. Iba todas las noches a la Academia, regresaba con los ojos hirviendo de sangre de tanto enhebrar agujas y atender al profesor en una aula casi sin luz. La abuela ponía de ejemplo a Chica Digna a todos en la casa y nos decía lo orgullosa que estaba de ella y sus sueños para cuando sea grande. Digna tenía como novio al hijo del panadero de la esquina, un muchacho robusto, alto y con cara de niño. Soñaban con tener cuatro niños y bautizarlos según los cuatro Evangelios, con bautizo, primera comunión y confirmación - con todas las de ley. 

Un sábado que llegue a la casa de mi abuela para el gran almuerzo familiar, encontré a Chica Digna más rozagante que de costumbre y un poquito despeinada. La trenza estaba como chueca y los labios estaban más rellenitos. Salió de la despensa acomodándose el delantal. Atrás salió el mejor amigo de mi primo Rubén, también rozagante y despeinado. Después me enteré, que no había academia de corte y confección, que no había agujas por enhebrar ni profesores que atender, que la verdad era que Chica Digna trabajaba en el prostíbulo local. Que Chica Digna no tenía 15 años ni sueños de ser ama de casa y madre de los cuatro Evangelios. Supe que era una mujer de 23 años con pelo corto y labios pintados de rojo pasión y olor a perfume de gardenias en un frasco de Chanel número 5. Supe que Chica Digna tenía más experiencia en la cama que la Yolanda de la esquina, una lista de amantes y una buena cuenta en el banco. No se casó con el hijo del panadero, no tuvo cuatro hijos, pero si siguió siendo la chica modelo ante los ojos de mi abuela, quien en su lecho de muerte la tuvo sentada a su lado, como la Chica Digna que siempre fue.