miércoles, 11 de diciembre de 2013

gracias, Mandela...

En 1985 y 1986 fui voluntaria activa de Amnistía Internacional. Tenía 14 años y ganas de luchar contra la injusticia. Gracias a Amnistía conocí a gente muy valiosa y ahora muy querida. Gracias a Amnistía conocí más a fondo el luchar de Nelson Mandela. Gracias a Amnistía escribí una carta mensual a PW Botha, el entonces presidente de Sudáfrica y líder del partido político que lideraba el apartheid, solicitando la libertad de Mandela. Gracias a Amnistía escribí una carta mensual al propio Mandela dándole ánimo y diciéndole que afuera de Sudáfrica habíamos gente que estábamos con él, que estábamos gestionando su justa liberación. Gracias a todo esto, pude entender lo valioso que es luchar por lo que uno cree.

Desde la época del ‘Show de Bill Cosby’, cuando una de sus ‘hijas’ se fue de misionera a África, yo deseaba irme allá. Al África negra, misteriosa y maravillosa. Me provocaba ver desde adentro el continente negro; el sentirme como ‘minoría’ en un continente vasto con varios tonos de negro y café; me alucinaba la idea de tratar de entender qué pasaba en África y cómo había llegado a dónde estaba. Sudáfrica y Mandela estaban alto en la lista de prioridades. Cruzar el Atlántico y fijar rumbo por esos lares.

En 1997, me fui a vivir a Sudáfrica. Mandela era Presidente. El primer presidente negro en la historia republicana. En Sudáfrica preguntaba a quien podía, cómo fue vivir en la Sudáfrica de antes. La que Mandela luchó para que no sea permanente. Me contaron poco, mucho y nada. Pero se me quedaron ejemplos como la prueba del lápiz en el pelo. Si el lápiz se quedaba cuando se ponía en el pelo, la persona no era de raza blanca. Y ahí empezaba el degradé de colores y maltratos. En Amnistía, una vez vi un poster blanco. En el centro - un lápiz amarillo con borrador rojo. El típico. El poster decía que éste es un instrumento de tortura. Lo que nunca imaginé era ‘cómo’ éste era un instrumento de tortura.

En Ciudad del Cabo, vi Robben Island dónde Mandela rompió rocas por 18 años. Pasaba por lo menos tres veces por semana por Pollsmoor, la cárcel dónde estuvo encarcelado por seis años; y estuve en la zona de Paarl donde estuvo bajo arresto domiciliario por  dos años y de donde salió a la libertad en 1990. Pasaba a diario por la Casa Presidencial en Ciudad del Cabo. Hoy por hoy, todavía celebro el 27 de abril – el día de la Libertad en Sudáfrica. Las primeras elecciones democráticas no raciales dónde ganó Mandela en 1994.

Previo a las elecciones del ‘94, se generó un éxodo masivo de sudafricanos blancos. Emigraron por el miedo propio de haber sido parte una minoría autoritaria, déspota y cruel. Imaginaban una ola de cambio violento. Los no-blancos se preparaban para recuperar – por los medios que fueran, lo que merecían y les pertenecía. La dignidad, sobre todo. La transición, liderada por Mandela, fue única. No hubo una guerra civil, no hubo forcejeos. El carisma de Mandela logró que Sudáfrica se convierta, orgullosamente, en la nación arcoíris. Aquella en la que los tonos de piel ya no eran degradé. Eran diversidad, riqueza y fortaleza

Un día, mientras trabajaba de mesera en un restaurante de un centro comercial, oí que Mandela estaba cerca. No pensé en nada, con delantal y la cuenta de una mesa, salí corriendo. Ahí lo vi sonreír mientras saludaba a un guardia de seguridad. Estaba como a 10 metros. Le vi estrechar manos y sonreír. Yo sonreía. El sonreía. Todos sonreíamos. Esa era la nueva Sudáfrica. Un país reconstruido por Mandela y la voluntad de los sudafricanos.

Todavía hay trabajo por hacer en Sudáfrica. Falta camino que recorrer para una reconciliación profunda. Pero el camino iniciado por Mandela está sobre buenas bases. Sus enseñanzas de tolerancia, unidad, Ubuntu y de fortaleza en la diversidad deben ser acogidas por todos.

A Mandela no le llora solo su clan en particular. O Sudáfrica en general. A Mandela lo lloramos todos. Sin importar nuestro color de piel o idioma. Le lloramos  el mundo entero. Su vida, obra y carisma es global. Fue un ciudadano del mundo. Sus enseñanzas deben ser imbuidas a nivel celular. En la esencia misma de nuestra vida.  Solo así podremos hacer de esta diversidad humana, la herramienta para la construcción de un presente mejor. El futuro nunca llega. Es el ahora el que debemos mejorar.

Buen viento y buena mar Mandela… Así como escribí para tu liberación en la década de 1980, ahora te escribo para decirte que gracias a ti, soy una mejor persona…

[Publicado originalmente en el Diario El Tiempo de Cuenca el sábado 7 de diciembre del 2013 bajo http://www.eltiempo.com.ec/noticias-cuenca/133818-gracias-mandela/. El texto original fue publicado el 4 de julio del 2013 en este blog ante la noticia de la hospitalización de Mandela y el protagonismo de sus familiares en los medios de prensa mundial.]


lunes, 2 de diciembre de 2013

viendo volando

Hoy viajé a Quito. La primera vez en mucho tiempo. La primera vez en que lo único que quería era sentarme y ver el paisaje por la ventana del avión. En los 150° de visión desde mi ventana aérea, se vieron montañas y los planos costeros.  Mi ánimo era ese, el contemplativo.

Hoy es la primera vez que veo el callejón interandino comprendido entre Cuenca y Quito en su totalidad. Vi montañas escarpadas y otras redondas. Vi serpientes de concreto y asfalto ondulantes. Esas que nos unen en abrazos, prosperidad, desarrollo y progreso. Vi casas, construcciones, carros y – con algo de imaginación – personas. Humanitos, como dice mi hijo Theo.

Vi montañas secas y con sed, de color café. Otras de color plomo. El plomo que nos ponemos cuando estamos tristes. Vi remanentes de bosque nativo y chaparro que se escondían en encañadas. Vi ríos ondulantes llevadores de vida. Vi parches verdes rodeados de tierra suelta. Como refugiados de guerra en un ambiente hostil. Vi parches de verde colorido, de amarillo colorido. De café sin color.

Vi lagunas rodeadas del verdor propio que da el agua – la fuente de vida. Las vi huérfanas. Solas luchando contra un desierto que avanza a pasos agigantados. Vi parches de vegetación protegidos por árboles. Como peones en enroque. Protegiendo al rey del jaque.

Vi el majestuoso Chimborazo sin su túnica blanca. Estaba con calor. Solo tenía nieve en la cima y en el flanco oriental. Se veían las laderas aluviales con surcos, grietas y encañadas plomas. Del plomo triste.  Le vi triste. Me vi – a mi misma – triste. También vi a los Illinizas con un piti de nieve en la punta más puntuda del uno, que soportaba la mirada envidiosa del otro que no tenía nada.

[Foto del Chimborazo el 28 de noviembre 2013, Verónica Toral]

Vi invernaderos rectangulares, como la columna vertebral de la producción, armónicos entre sí. Que representan, en su mayoría, jaulas de vegetación foránea. Vi canteras amarillas flanqueadas por quebradas escarpadas y humanitos en franco movimiento.

Hoy es la primera vez que veo a mi país de sur a norte – casi completo. Es la primera vez que lo veo y me siento triste. Triste por el avance humano y su ola cambiante. Ese progreso que nos está quitando el mismo sustento del desarrollo. Es un círculo vicioso.

Triste porque mi vecino de asiento no se inmutó cuando le mostré el majestuoso Chimborazo agonizante, o los Illinizas moribundos, o las nubes de polvo entre medio. Triste porque ni bien aterrizamos en Quito, todos prendimos el celular y nos paramos apretados a esperar que nos abran la puerta a lo cotidiano. El Chimborazo acalorado no nos hizo mella.


¿Qué pasará con nuestro Escudo Nacional si el majestuoso Chimborazo ya no es tal?

[publicado el 6 de diciembre del 2013 en el Diario El Tiempo de Cuenca  http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/8075-viendo-volando/]

miércoles, 20 de noviembre de 2013

the gazing mirror

She looked up. She could finally hold her own gaze in the mirror.

For years, she had refrained to look. To really look and watch. To look, to watch and to see her entire being. She will look at the pimple appearing in the eyebrow; she would look to her teeth to see if they were white enough; she would look at her hair to check it was not sticking up. But she would not look at her entire reflection.

Upon holding her gaze, she looked again. She liked what she saw.

She saw a pair of amazing honey-coloured eyes under dark-as-night eyebrows. She saw a mesmerizing smile – one capable of melting away fears and unwanted thoughts. She saw strong shoulders and a pair of small round breasts, that despite the pregnancies were still firm(ish). She saw a tiny waist and perfect legs.

She has always been like that. I know. I have seen her. I have. I have seen a determined woman wishing to be happy. Trying to be happy by all possible means. Trying to put painful memories away. Tucked away under her permanent frown. I have been lucky to count her as my friend. One of those five women that make my life complete.

She finally saw herself and liked what she saw. I have always liked what I saw.

That specific day, she was on her way out to quit one of the five jobs she had when she stopped and held her gaze in the mirror. She juggled five jobs to keep her busy and to hold her away from life. She quit the fourth and the third, too.

She has ups and downs. I have ups and downs, too. Everyone has. One can blame those up-and-downs to the thyroid if that is one’s wish. I just know that ups and downs are what make me feel alive.

She walked out of the door. She did not slam it as she did yesterday. She closed it gently, locked it and went downstairs. The fresh spring breeze greeted her and the sun danced in her golden locks. The honey-coloured eyes turned amber and the frown converted into a smile. She was determined to be happy. I knew that. I could sense it.

She opened the car door, put the seat belt on and tuned the radio. Upbeat dancing music to choreograph her route as she dodged the morning traffic. She saw her now amber-coloured eyes in the rear view mirror. She recognised them as her own and smiled. I have seen those eyes turning from honey, to amber to green. Those amazing eyes. I like those eyes.

She said hello to the next door neighbour who grunted in return and took off. Humming to herself. She had left her cell phone at home. She did it deliberately. She did not want to have the burden of connectivity. To reach within herself she did not need a 3G connection. She just needed to be at peace with herself. She is starting to be at peace. I know. Sometimes she loses her North and a frown sets in her forehead – again. It does not last. It should not last. I know. I have been there. I have been there myself.

Happiness is letting go. Letting go of attachment. Letting go of the need. The need to rely on something to be happy. Happiness is not attached on things. Material things. It is attached to oneself.

She is letting herself free of attachment. That attachment. The one that made her believe that she could make others happy by sacrificing her own happiness. Now she knows better.

The journey has just started but she’s got a stronghold. I know. I have been there myself.

[this entry was updated to include the music link on 11 August 2018, Mandorah, Northern Territory, Australia]

martes, 12 de noviembre de 2013

de energías

Hay personas que oran, otras que rezan, otras que meditan, otras que invocan a los astros y constelaciones. Hay quienes imploran a los ángeles y santos de turno. Otras, como yo – que mandamos energía positiva. Todas hacemos lo mismo. Solo es cuestión de semántica cómo llamemos lo que estamos haciendo.

En momentos duros personales, familiares, laborales o existenciales, todos confiamos que las cosas salgan de la mejor manera; muchos de nosotros – por no decir, (casi) todos, invocamos a nuestros grupos humanos cercanos física o temporalmente a que se aúnen a pedir que sea así. En momentos felices, también ponemos en bandeja lo recibido y nos llenamos más de gozo por las ‘enhorabuenas’ recibidas. No por algo los humanos somos seres sociales, sociales de núcleo familiar reducido; sociales de publicar en Facebook cuánto acontece en nuestra vida – y los que nos mantenemos en medio de este espectro moderno.

No cabe duda que en momentos difíciles – de prueba, como dicen por ahí, nos sentimos acompañados con la simple existencia de todos esos contactos en el teléfono, twitter, facebook, skype. Con toda esa gente linda que nos acompaña a través del espacio a pesar de no estar geográficamente juntos. Respiramos (más) tranquilos con el hecho de saber que tenemos una red de hermanos de sangre y de alma; de conocidos y no tan conocidos a quiénes podemos recurrir. Que el conocimiento que ‘el hoy por mí, mañana por ti’ nos une y nos compromete a ser más humanos. A dejar de lado el egoísmo, la envidia y el ego. A ser uno. No es un chantaje, es una necesidad de rescatar lo que nos hace seres racionales. El desear siempre el bien al propio y al ajeno.

A pesar de la distancia, me siento dichosa de sentirme parte de una ola energética muy fuerte. Una cadena de energía positiva que nos abraza y reconforta. Que nos da ánimos para seguir adelante. Gracias por esas energías. Las necesitamos y las seguiremos necesitando.

[versión ampliada publicada en el Diario El Tiempo bajo el 'título duracell, energizer y eveready' http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/7989-duracell-energizer-y-eveready/ el 19 de noviembre del 2013]

lunes, 4 de noviembre de 2013

de brujas

Yo tengo mis brujas. Algunas con el Escudo, otras no. Pero ahí están –  unas aquí, otras allá. Unas son familia, otras no. Las cuento con mi mano derecha, las cuento con las estrellas. Hay todo tipo de brujas, pero las mías son del tipo ´bacan´. Y eso las hace diferentes.

Si hay riquezas en la vida que no se pueden medir, son las amistades. O tal vez – la amistad. Ese sustantivo que nos hace sentir parte de algo, parte de un todo. Ese todo que hace que tengamos sonrisas espontáneas en los lugares más (in)apropiados. Que permite que haya silencio sin incomodidad. Que genera sonrisas compartidas.

En este caso, mis brujas.

Son mis brujas porque juntas hacemos magia. Tenemos tal camaradería que hacemos un aquelarre. Un corro equidistante donde el espacio físico no cuenta. Mis brujas me entienden; hay veces que con un par de palabras ya se ha dicho todo. Otras, en que no alcanzan las palabras del mundo para intentar contar una historia. O dar un consejo.

Esas brujas que son cómplices de arrebatos. O las que te hacen entrar en razón. Las malas juntas y las buenas juntas. O brujas que controlan todo con su varita mágica, las que lloran con las películas cursis, o las que son ausentes y etéreas. A las que el mundo es lo que pasa allá afuera y para las que están totalmente adentro de ese mundo. Esas, y las otras también.

Por esas cosas que no sabremos responder, las brujas han pasado toda una suerte de suertes. A algunas las quemaron; otras volaron en escoba; otras encantaban a los ajenos. Pero todas tuvieron el placer de hacer bien lo que sabían hacer. De abrazar en los errores, de reír a carcajadas ante chistes tontos, de llorar en la felicidad, de conjurar hechizos de camaradería. De estar juntas física y temporalmente.

La amistad es algo tan fuerte que tiene su día en el año. Y ahora no es ese día. Hoy es un día que intenta recoger la apreciación que tengo por esas brujas que están. Ahí. Es cuando uno debe pensar lo fantástico que es ser parte de un todo. Ese todo. Ese es hoy día.

[publicado originalmente en El Tiempo bajo el nombre "De brujas aquí y allá" http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/7901-de-brujas-aqua-y-alla/]

lunes, 7 de octubre de 2013

el Tener

El otro día que fui a pedir un préstamo para - a través de una hipoteca - acabar de pagar la casa me hicieron llenar un sinfín de formularios. En éstos me pedían cuenta y razón de mis bienes materiales. La señorita del banco me regalaba una mirada en blanco cada vez que le decía que no tengo carro, departamento, casa, moto, ni acciones en un Decameron.

Me preguntó - boquiabierta, entonces qué tengo.

Le contesté que tengo mi bici sin marca, junto con la de Theo y Tom. La de Nina no, porque es TREK y tiene cierto valor comercial. Le dije que tengo los almuerzos en familia y las cenas en paz. Le dije que tengo un minuto de caminata desde mi casa a la oficina y un minuto y medio si de regreso a casa voy por el otro lado.

Le dije que tengo tranquilidad, paz y seguridad. Le dije que tengo la confianza de ver a mis hijos felices y la ausencia de temores infundados. Le dije que tengo un cómplice por novio y unos hermosos por hijos.

Le dije que tengo paseos en bicicleta, amigas con risas contagiosas, camaradería y optimismo. Le dije que tengo amigas, amigos, conocidos y hasta enemigos. Le dije que tengo atardeceres cómplices, salidas de luna en aquelarre y alcachofas con vinagreta. Le dije también que tengo ropa cómoda, peinado talco y poco maquillaje. Le dije que tengo salud.

[foto Verónica Toral - grafiti en la Av. Coruña, Quito, Ecuador]

También le dije que tengo una maravillosa familia unida - a pesar de la distancia geográfica. Le dije que tengo recuerdos maravillosos de vacaciones, paseos y viajes.  Le dije que tengo cinco sobrinos propios y muchos ajenos. Le dije que tengo fotos - y empecé a sacar mi billetera para mostrarle.

Le dije que tengo la experiencia de haber vivido en Estados Unidos y Sudáfrica. Y que tengo los recuerdos de mis 'últimos viajes' a países en los cinco continentes. Le dije que tengo gente querida en todos esos lares. Le dije que tengo ganas infinitas de seguir viajando.

Le dije también que tengo secretos que me sacan sonrisas, y otros - pocos, que me sacan lágrimas.

Le dije que tengo el 75% de la casa y que tengo la necesidad de hipotecar ese 75 para poder tener un techo que me guarde del frío, la lluvia y el sol tropical.

La mirada educada, pero en blanco de la amable señorita volvió a enfocarse con esto último. Y para evitarse otra letanía existencial incomprensible, me dijo que me avisarían si calificaba.

Califiqué. Ahora tengo una deuda a 20 años y la seguridad que mis hijos tendrán una casa donde construir recuerdos.

[Publicado el 21 de octubre del 2013 en el Diario el Tiempo bajo http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/7832-el-tener/]


miércoles, 25 de septiembre de 2013

Tengo un amante

El de ahora me desvela y me quita el sueño. Me hace que espere a que todos duerman o estén en sus cosas para poder encontrarme y perderme. Me mantiene al filo de la cama y al borde del camino. Hace que esté con la mente alerta y que no duerma tranquila. Me despierta a media noche y me hace soñar a media mañana. Me motiva a ser mejor, a no quedarme en un status quo permanente. Me enseña nuevas cosas y me permite sentirme orgullosa de mi mismo.  El de ahora ama mis manos y mi mente. Mis herramientas preferidas. El de ahora se resume en un cuaderno y en un esfero. El de ahora es esto – la escritura y la escribidora. Y algún día – escritora.

El de ahora me apasiona. Cuando no me encuentro con él (¿o es ella?) me siento vacía. Me siento perdida y necesitada. Me permite encontrarme en mundos imaginarios o de realidad aumentada. Me lleva a tantear terrenos desconocidos, conocidos, tabús y de fantasía. Me llama a buscar verbos y sinónimos. A aprender de los grandes. A entender a los pequeños. A buscar mi espacio en esa escala métrica de grandeza.

El de ahora me llama todo el tiempo. Y como en todo romance tengo alcahuetes – mi computadora, las notas que puedo escribir en el teléfono inteligente, el cuaderno de Van Gogh y la memoria que se desmemoria a menudo. Tengo Celestinas que me hacen los planes para que pueda encontrarme con él (¿o es ella?) – el tiempo en solitario, las medias noches escurridizas, los sábados al almuerzo y el apoyo de quienes me apoyan. Tengo este espacio, donde lees mi alma desnuda.


A escribir en corto, o en largo. A escribir.

[esta entrada se empezó a materializar en febrero del 2013, pero se concretó la necesidad de su escritura y publicación luego de leer: http://brujulacuidador.com/2013/08/04/hay-que-tener-un-amante/]

lunes, 12 de agosto de 2013

Amor de novela

Para Fabi - quién me dio la idea…

Ahí viene, pero – para variar – está ocupada. No me ve. Me ignora. Me evita. Y yo me muero por ella.

Me muero porque me toque, me acaricie y me huela. Pero ella, impasible deja el bolso gigante cerca de la lámpara, y la prende. Sigue sin verme. Y yo sigo muriéndome por ella. Me cuesta pensar que no se me acerca; pensé que teníamos algo, que habíamos hecho conexión. Supongo que no. Pensé que en esos breves momentos íntimos, le había gustado – porque –  ella sí que me gustó.

Me gustó su olor elegante y sobrio, su pelo ensortijado y enredado color miel quemada, la piel de sus manos y el anillo de ámbar en el dedo medio. Me gustó su ropa casual de buen gusto. Me gustó la simpleza de su maquillaje y la liga de pelo en la muñeca izquierda, lista para amainar las olas de su pelo ensortijado ante el arrebato del calor. Me gustó, mucho…

Veo su deambular por la habitación. Huelo el aroma que despide a cada paso. Siento la cadencia de sus movimientos.  Escucho su respiración agotada luego del día de trabajo. Saboreo los momentos compartidos. Pero ella no me ve, no me huele, no me siente, no me escucha ni me saborea.

Por fin viene hacia mí. Tiene la mirada dulce pero perdida en el tiempo y en el espacio. Poco después siento que me busca y al divisarme sobre el sofá, sonríe. Me sonríe. El mundo gira nuevamente para mí. Estoy en las nubes. Si, le gusto y hubo conexión.

Me toma delicadamente, me huele. Me aprieta contra ella y siento su blusa de lino color celeste. La veo sonriendo. Se acomoda sobre el sofá y abre la tapa. Busca la página 24 y empieza a leer. Justo dónde habíamos quedado en nuestra primera cita. Mi corazón vuelve a latir…

jueves, 4 de julio de 2013

Mandela, gracias…


[publicado el 4 de julio del 2013]

En 1985 y 1986 fui voluntaria activa de Amnistía Internacional. Tenía 14 años y ganas de luchar contra la injusticia. Gracias a Amnistía conocí a gente muy valiosa y ahora muy querida. Gracias a Amnistía conocí más a fondo el luchar de Nelson Mandela. Gracias a Amnistía escribí una carta mensual a PW Botha, el entonces presidente de Sudáfrica y líder del partido político que lideraba el apartheid, solicitando la libertad de Mandela. Gracias a Amnistía escribí una carta mensual al propio Mandela dándole ánimo y diciéndole que afuera de Sudáfrica habíamos gente que estábamos con él, que estábamos gestionando su justa liberación. Gracias a todo esto, pude entender lo valioso que es luchar por lo que uno cree.

Desde la época del ‘Show de Bill Cosby’, cuando una de sus ‘hijas’ se fue de misionera a África, yo deseaba irme allá. Al África negra, misteriosa y maravillosa. Me hubiera gustado ir a Kenia a ver la gran migración de ñus del Masaai Mara al Serengeti; o a Ruanda para junto con Dian Fossey estudiar gorilas; o a Tanzania para estudiar con Jane Goodall los chimpancés y ver el fabuloso Kilimanjaro. El asesinato de Dian Fossey en 1985 me hizo pensar dos veces antes de seguir ese camino.

Me provocaba ver desde adentro el continente negro; el sentirme como ‘minoría’ en un continente vasto con varios tonos de negro y café; me alucinaba la idea de tratar de entender qué pasaba en África y cómo había llegado a dónde estaba. Sudáfrica y Mandela estaban alto en la lista de prioridades. Cruzar el Atlántico y fijar rumbo por esos lares.

En 1997, me fui a vivir a Sudáfrica. Mandela era Presidente. El primer presidente negro en la historia republicana. En Sudáfrica preguntaba a quien podía, cómo fue vivir en la Sudáfrica de antes. La que Mandela luchó para que no sea permanente. Me contaron poco, mucho y nada. Pero se me quedaron ejemplos como la prueba del lápiz en el pelo. Si el lápiz se quedaba cuando se ponía en el pelo, la persona no era de raza blanca. Y ahí empezaba el degradé de colores y maltratos. En Amnistía, una vez vi un poster blanco. En el centro - un lápiz amarillo con borrador rojo. El típico. El poster decía que éste es un instrumento de tortura. Lo que nunca imaginé era ‘cómo’ éste era un instrumento de tortura.

En Ciudad del Cabo, vi Robben Island dónde Mandela rompió rocas por 18 años. Pasaba por lo menos tres veces por semana por Pollsmoor, la cárcel donde estuvo encarcelado por seis años; y estuve en la zona de Paarl donde estuvo bajo arresto domiciliario por dos años y de donde salió a la libertad en 1990. Pasaba a diario por la Casa Presidencial en Ciudad del Cabo. Hoy por hoy, todavía celebro el 27 de abril – el día de la Libertad en Sudáfrica. Las primeras elecciones democráticas no raciales dónde ganó Mandela en 1994.

Un día, mientras trabajaba de mesera en un restaurante de un centro comercial, oí que Mandela estaba cerca. No pensé en nada, con delantal y la cuenta de una mesa, salí corriendo. Ahí lo vi sonreír mientras saludaba a un guardia de seguridad. Estaba como a 10 metros. Le vi estrechar manos y sonreír. Yo sonreía. El sonreía. Todos sonreíamos. Esa era la nueva Sudáfrica. 

(foto: Denis Farrell/AP)


Ahora me entristece que el nombre Mandela haga titulares en los medios de prensa mundiales. Primero por su grave estado de salud. Está conectado a máquinas, y su vida depende de ellas. Pero más titulares hay por el protagonismo de quiénes usan su apellido como trofeo. Hablan ex esposas, nietos políticos, hijos ilegítimos, hijas legítimas, ex compañeros de ideología y cárcel, presidentes y políticos que usan el nombre de Mandela como estandarte para figurar. Y figuran.

Mi esposo es sudafricano, mis hijos son (sud)afro-ecuatorianos y yo soy sudafricana de corazón. El presupuesto familiar incluye un rubro para visitar ese maravilloso país cada vez que la alcancía se llena. Un país reconstruido por Mandela y la voluntad de los sudafricanos. Una SuidAfrika de varios colores, olores y sabores. 

Buen viento y buena mar Mandela para cuando levantes anclas… Así como escribí para tu liberación en la década de 1980, ahora te escribo para decirte que gracias a ti, soy una mejor persona…

[Publicado con modificaciones en el Diario El Tiempo el 7 de diciembre  del 2013 bajo http://www.eltiempo.com.ec/noticias-cuenca/133818-gracias-mandela/ a raíz de la muerte de Nelson Mandela el 5 de diciembre del 2013. El texto de mi autoría en la versión digital de El Tiempo es hasta "La tristeza de toma las calles de Sudáfrica"]





jueves, 13 de junio de 2013

lo cotidiano



Como todos los días de los últimos años ella se subió por el otro lado, murmuró algo y el arrancó.

Sus ojos miraban por las ventanas. El con la mirada en el camino murmuraba algo del clima. Ella veía  las vacas que rumiaban en el campo y contestó algo inentendible. Ella lo miró mientras él veía para el otro lado. El la miró luego. Su suspiro le volvió a la realidad.

La mano de ella se estrechaba a la izquierda. La mano de él se estrechaba a la derecha. Sus ojos apenas se entrecruzaron un segundo.



Llegaron.

El manejaba adelante.
                              Ella iba atrás.

- ¿cuánto es?

- $4.50 - dijo el

- póngalo a la cuenta – contestó ella

lunes, 27 de mayo de 2013

el pecado



La última vez que me confesé fue para mi matrimonio eclesiástico. De esto ya casi 14 años. Para entonces ya llevaba unos buenos 10 años sin acudir al “Ave María Purísima, sin pecado concebida”. Luego de arrodillarme en el confesionario, y decir la letanía requerida – me quedé en blanco. No me acordaba qué era un pecado. O lo que es peor, no podía clasificar mí accionar en pecaminoso o no pecaminoso. 

Hurgué mi memoria y hallé el catecismo escolar. Ese catecismo que nos hicieron repetir las monjas del colegio y que debíamos sabernos de memoria so pena de caer en pecado. Junto con el recuerdo del catecismo, también me vinieron los recuerdos del miedo de caer en pecado mortal a mis 9 años. Y encima de eso no poder hacer la primera comunión. 

El pánico de ir derechito al infierno por la pereza, esa que no me dejó levantarme a tiempo y perdí el bus a la escuela. O la gula al haberme comido también la olla encantada de mi hermanita que todavía no tenía dientes y le tocó una mejor que la mía. O la soberbia de desear con todo mi corazón ganar como ‘Niña Deportes’ cuando fui madrina del grado de mi hermano. O la envidia de ver a mis amigas que tenían la colección de casitas de Fisher Price y desear tenerlas también. Todo eso era pecado con rabo, no por algo estaban catalogados como los Siete Pecados Capitales (si, con mayúscula). 

Pero el catecismo no nos hablaba del pecado de la falta de caridad – al hablar mal de la niña con los piojos en la cabeza que el siguiente año ya no volvió al colegio católico. Ni tampoco del pecado de mirar con desdén y arrogancia a quién pedía limosna luego de la misa dominical. O de la importancia de tratar con respeto al humilde hombre que por ser albino y sin casa se hacía de nuestros insultos y risas sarcásticas. 

Lo cierto es que – para mí, el pecado es subjetivo y ligado al imaginario de la religión. En esa última confesión, mis pecados confesos fueron inventados o exagerados. La mayoría fueron tildados como tal por la mirada inquisidora del sacerdote en el confesionario. No me considero libre de ‘pecado’ – y por eso trato de no lanzar la primera piedra, pero si me considero un buen ser humano. Uno que entiende que la caridad es hacer algo bueno, sin esperar la ovación de nadie; o uno que no se persigna en cada iglesia pero si da una sonrisa al humilde y al desposeído; o uno que trata de compartir de lo que tiene, no de lo que le sobra. 

Mis hijos no conocen al pecado. Ellos conocen de buen accionar o mal accionar. Y estos accionares tienen sus consecuencias – buenas  o malas, en esta tierra y en este espacio. No vivimos pensando en el ‘infierno’ de Dante, más bien tratamos de construir un ‘paraíso’ propio, terrenal y asequible en el aquí y el ahora.