jueves, 16 de octubre de 2014

a birthday on social media

What does one do when Facebook tells you that today is your best-far-away-friend’s birthday? And by far away, I mean really really far? Not just in another continent, but probably in another ‘time and space’? well… you wish him a happy birthday in any case.

My dear friend Doug passed away May 18th 2014. Some people wanted to know the details, they all asked as we were heartbroken with the news. All I know is that it was in a car crash. I did not want to know more. Why should I. All I cared to know was that he was no longer with us, in this space and time. That I was not to see him in our next trip to Cape Town. That I was not too hear his cheerful ‘howzit’ over a Skype call. I still get all teary thinking of him. I have his photo in my cell phone and every now and then I go back and look into his eyes and his cheerful grin.
Taken from "The Far Side" by Gary Larson

Today Skype also informed me it was his birthday and whether I wanted to ‘give him the gift of birthday calls to mobiles…’ – I wonder if Skype reaches wherever he might be. I wonder if he will be available too. I don’t have Twitter, and I wonder if he did. Otherwise, it may have reminded me of his birthday too.

Social media doesn't understand that he is not around – physically. Social media does not know that although it is a wonderful thing to be reminded of important dates, it is not that easy to be reminded that he would have been 41 today. But what social media does understand is the fact that many of us did wish him a Happy Birthday. Some of us also told him that we do miss him. That we wish he would be around for a chat, for a glass of champagne, for a quick Skype call.

What we do understand is that although he is no longer with us, he is. In another sense. In the good memories. In the good moments shared. Do you remember, Doug...? He probably does, and is grinning right now. Probably forgetting it is his birthday today and looking all nonchalant at all the good wishes. He probably is having a whole heartedly laugh wherever he is, remembering us as fondly as we are remembering him. Cheers Doug, cheers mate. Miss you…

[related entries: Do you remember, Doug? and  Once upon the time]

miércoles, 8 de octubre de 2014

ahorros de cocinera

Hay un libro maravilloso – “Momo” de Michael Ende (quién también escribió “La historia sin fin”) – que habla de cómo llegan unos seres grises, que guardan el tiempo de las personas en bancos y así la gente nunca tenía tiempo para lo importante. Solo para trabajar y trabajar. Trabajar para ahorrar tiempo. Y siempre con menos tiempo. El tiempo era el oro de esos seres grises por cuánto los humanos le damos tanto valor a éste. 

"Stolen time" - fuente: insatiablereaders.blogspot.com
En la búsqueda de ahorrar tiempo, tomamos café instantáneo, comemos hamburguesas rápidas, preferimos el sitio donde no se demoran en servir, no damos paso en el tráfico y obviamos el beso de buenas noches. Todo por ahorrar tiempo. Ahorrar. Como si tuviéramos una libreta de ahorros dónde ponemos nuestros ahorros de cocinera en miras a un viaje de vacaciones cuando tengamos plata. O para jugar a las escondidas contando hasta 100. Como si el tiempo fuera ahorrable. Y gastable en futuro cercano. En un futuro que nunca llega.


Con esto del ahorro de ese tiempo escurridizo, nos olvidamos que hay pocos olores mejores que el del café recién pasado (el olor de la tierra cuando llueve, es uno de esos). De la felicidad involucrada en poner las hamburguesas al fuego de la parrilla y oír la grasa caer en los carbones. Del olor de esa grasa en los carbones. De la buena conversa con un vino en la mano mientras esperamos la cena. De la cena. De la satisfacción de ser cortés y permitir que el carro vecino entre delante nuestro. De la sonrisa llena de agradecimiento recibida. De la calidez de sentirnos queridos. Del beso.

Los días siempre tienen 24 horas (o 1440 minutos) independientemente si ahorramos tiempo o no. Cada día se reescribe con el mismo número de minutos y el tiempo ahorrado se esfuma con lo que cerramos los ojos al dormir. No sirve de más. La vida es una sola. Y es demasiado corta y bonita para obviar esos placeres de la vida que surgen con el derroche de un poco de tiempo. Que al fin y al cabo no es derrochar. Es hacer buen uso de la vida.  De esa vida que solo la vivimos una vez en este cuerpo y con esta mente. De esa vida que nos hace sentirnos felices de vivirla y que nos deja una sonrisa dibujada en la cara cuando se pone el sol y sale la luna. De sabernos vivos. De saber si que si bien de ésta no salimos vivos, sí que la gozamos en el entremedio.

[Publicado en Diario El Tiempo de Cuenca el 15 de noviembre del 2014 - http://es-cara-bajo.blogspot.com/2015/01/gran-quizas_37.html]

viernes, 26 de septiembre de 2014

los mayores

Cuando era chica, y por los valores inculcados en casa, siempre debíamos respeto a las personas mayores. Entiéndase como mayores, no solo a los abuelos y tíos abuelos, sino que en esa categoría entraban las mamás y papás de los amigos, los amigos de los papás de uno y cualquier persona que tenga más arrugas y menos pelo que uno. Debíamos saludar y despedirnos, el beso era obligatorio y ni chistábamos. Era parte de. Decíamos ‘bueeenas’ si los veíamos en la calle y aceptábamos la perorata de siempre, esa de que ya estábamos grandes y qué cómo habíamos crecido. A esa edad nos era el comentario más loco que podíamos oír, claro que ya estábamos grandes. Obvio. Luego nos tocaba dar el saludo consuetudinario y no saber quién era que mandaba el saludo. Había que de ley preguntar cómo se llaman los papás del amigo de turno para poder dar el resumen de ‘hijo de quién es’ al llegar a casa…

Ahora, si bien no estoy en la edad ‘respetable’ que usó un colega escritor, ya califico como mayor. No como adulto mayor según la categorización del IESS, sino mayor según mi misma categorización de cuando era chica. Ya me dicen ‘bueeenas’ los chicos de colegio, los amigos de mis hijos componen la compostura cuando entro. Yo misma digo a los chicos que he visto crecer que ya están grandes y qué cómo han crecido. Veo también sus miradas de ‘obvio’ cuando lo digo. Mando saludos a los papás y pregunto hijo de quién es para poder ubicar al amigo de turno en el paisaje familiar.


Lo cierto es que todo da vueltas. Todo. Habiendo sido ‘chicos’ podemos entender esas actitudes siendo mayores, y ni se diga siendo de edad ‘respetable’. Es fácil ver para atrás y ver lo que hicimos o dejamos de hacer. Lo malo es que los chicos no han estado en nuestros zapatos todavía, y hasta que no lo estén, no podrán obviar su cara de ‘obvio’ a nuestros comentarios pues no entenderán como podemos decir algo tan simple. El tiempo pasa, y quienes lo hemos visto pasar podemos entender y aprender. Lo que nos queda es hacer uso de la paciencia aprendida con el ir y venir de los días, y esperar que los chicos, cuando ya sean mayores, tengan igual cantidad de paciencia que la que alguna vez tuvieron con nosotros quienes ahora son de edad ‘respetable’. 

[publicado originalmente en Diario El Tiempo de Cuenca el 26 de septiembre del 2014 - http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/9580-los-mayores/]

lunes, 11 de agosto de 2014

¡Salud!

En los brindis, cuando uno celebra, no es en vano que uno diga ‘Salud’ al levantar el vaso. Lo decimos también ante los estornudos, sean éstos solitarios o repetidos. Como una palabra que puede conjurar un hechizo contra la gripe o el resfrío. Sabemos que la gripe te reduce, te quita potencial. La salud es lo más preciado que se puede tener. Y, al igual que con otras cosas, solo nos damos cuenta de su importancia cuando la perdemos.

De chicos desafiábamos a nuestras mamás con las inclemencias del clima: no nos poníamos la casaca cuando llovía, nos quitábamos el gorro de lana detrás del primer árbol y las botas de caucho nos quedaban chicas sin haberlas usado en las vacaciones. Volar cometas significaba short, camiseta y mucho viento; no pantalón, chompa y mucho viento. De mamás, nos frustramos con los desafíos de los hijos ante las inclemencias del clima. Nos morimos de frío, por ende les ponemos casaca, gorro de lana y botas de caucho sin importar que se vean como mampuchos o que este ajuar les impida coger shugshis, trepar árboles o saltar la soga. Sabemos, las mamás (y los papás), muy bien que si los hijos se enferman, somos los padres lo que pagamos los platos rotos.

De más grandes, tentamos la salud saliendo muy glamorosas pero poco abrigadas; o ganándole al viento en la moto y al sentido común con las peripecias; haciendo uso de cierta libertad, empezamos a ver el mundo como un lugar donde podemos y debemos desafiar los límites, poner a prueba las vacunas y tentar con las enfermedades infecto contagiosas. Muchos solo pasamos rozando el hospital, otros hacen sucursal. Pero todos creemos que eso no nos pasará a nosotros.
Luego, pensamos que es una inversión – y una necesidad – el pagar el seguro médico privado y el IESS, tomar el Omega-3, las semillas de chía, los multivitamínicos y la aspirina de niños. Llevamos una chompa en la cartera y nos tomamos una vitamina C por un por sí. Todo para mantener la salud o mejorarla si esta medio chueca.


Sin salud no se tiene nada. Ni paz, ni bienestar, ni buen genio, ni éxito, ni glamour. No importa cuánto dinero se tenga. Con él sólo se puede comprar medicinas, tratos personalizados y el salto a la lista de espera. Pero no se puede comprar la salud. Ese bien intangible debe ser conservado cueste lo que cueste. Si pierden la salud, aseguren de encontrarla, que solo así podremos pensar en vivir la vida al máximo – pero sin excesos, al límite – pero con fronteras, al día – pero pensando en el mañana.  ¡Salud!

[Publicado originalmente en el Diario El Tiempo - http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/9343-a-salud/ el sabado 9 de agosto 2014]


viernes, 18 de julio de 2014

apegos

En seis meses cambiaré de domicilio. No de manera permanente pero si de una permanencia temporal de cuatro años. Como familia nos llevaremos lo que pueda entrar en el equipaje autorizado como pasajeros de clase turista. Ni más ni menos; el sobre peso es demasiado caro para el bolsillo de quienes volveremos a ser estudiantes. Desde ya estamos revisando qué se queda, qué se va, qué se va a guardar en la bodega en cajas herméticas y con bolas de naftalina.

Desde siempre supe que me iría. Desde ese entonces creí saber que haría con mis cosas. Había puesto etiquetas mentales que acreditaba el destino final de mis pertenencias. El proceso de desapego era innecesario. Eran cosas materiales, los recuerdos los llevaba en mi cabeza y corazón. Hoy que tengo que empezar a decidir este destino final, veo que el pragmatismo original ha sido reemplazado por el romanticismo.

El proceso es tenaz, como dirían los amigos de Quito. Hay dos opciones – se queda o se va. Un blanco y negro comercial. Es difícil pensar en blanco y negro cuando uno tiene el rojo pasión, el verde esperanza, el amarillo patito y el azul cielo en el corazón. Cada una de las posesiones materiales tiene un color que indica el grado de apego. Hay tantos recuerdos en las cosas materiales. Me he encontrado viendo con ojos melancólicos a un jarrito plástico de colores donde mi hija Nina tomaba su leche. Su coco-agua, como dice hasta ahora. También me pierdo en los recuerdos de la ropa de los chicos archivada en el closet más escondido de la casa. Les huelo y pretendo que todavía son chicos mis chicos. Veo mi ropa y me acuerdo de mis aquelarres y de las noches sin dormir y llenas de emoción. Veo los cientos de libros – de novelas, de historietas, de ciencia – que tenemos y pienso en comprarme un scanner para digitalizarlos y llevármelos todos. De ahí me acuerdo que me encanta el olor a libro y me quedo nuevamente en el limbo sobre qué haré con mis libros. Sé que encontrarán un buen hogar, pero ya no estarán en mi hogar. Mis hijos ya separaron los que quieren llevarse. Solo esa dotación de libros ya cubre el equipaje permitido de un pasajero…

Tomado, con el debido respeto, de:
Las Aventuras De 
Enriqueta, Fellini y Madariaga por Liniers (Ricardo Siri)
Por más que lo “comido y lo bailado no nos quita nadie” es complicado tratar de deshacerte de esos objetos materiales que tienen tantos recuerdos atados con hilos invisibles al corazón. Todavía no sé qué haré con lo que no cabe en las maletas – me quedan seis meses para decidir; pero si sé que los recuerdos se irán con nosotros a abrigarnos el corazón al otro lado del Pacífico y formarán parte de las nuevas aventuras y experiencias que viviremos hasta que nos toque regresar nuevamente. Todo se repite, y hay que aprender de estos simulacros de desapego para el examen final, que eventualmente llegará.

[publicado en el Diario El Tiempo de Cuenca el 3 de agosto del 2014 - http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/9314-de-apegos/]

viernes, 4 de julio de 2014

Herencia

En uno de esos días en que uno reniega de todo, especialmente el hecho que hay que trabajar para vivir, hablaba con una amiga que andaba en las mismas. Que falta plata, que falta tiempo, que necesito esto y lo otro, que “la vida pasa y nos vamos poniendo viejos” como dice la canción. Ahí, justo cuando hubo un silencio ambas nos preguntamos por qué no habíamos nacido herederas. Herederas que no trabajan y tienen la buena vida. Ambas suspiramos con la mirada perdida buscando un cartel que anuncie puestos vacantes de herederas en algún lado…

Ahora – aunque sé que siempre lo supe – me di cuenta que sí soy heredera.

Mis papis me ‘heredaron’ educación formal. Esta educación me ha permitido viajar, aprender, vivir, conocer, amar. De los mejores verbos que hay en mi vocabulario. Y educación no formal. Me heredaron valores, moral, buenas costumbres y hábitos y la capacidad de ser un buen ser humano.

Mis papis me ‘heredaron’ el gusto por los libros. Por la palabra impresa. Por la escritura y la lectura. Esta me ha permitido, desde un sofá, viajar, aprender, vivir, conocer, amar. De los mejores verbos que hay en mi vocabulario.

Mis papis me ‘heredaron’ la habilidad de hablar inglés. A los 17 me fui de intercambio y regresé con una de las mejores herramientas para mi vida. Ese inglés me ha permitido viajar, aprender, vivir, conocer, amar. De los mejores verbos que hay en mi vocabulario.

Mis papis me ‘heredaron’ una raíz fuerte. Una que me da pertenencia. Que me hace acordar que siempre tendré dónde volver. Que hace que todo sea parte de un todo más grande. Pero también me ‘heredaron’ alas y me dan el empuje necesario para que vuele. Alto y lejos la mayoría de veces. Alas que me alientan a conocer más, a ser curiosa. A ver las cosas desde otra perspectiva. Para que crea en mí.

Nuestra comprensión de la herencia como tal, debería incluir los intangibles. En este mundo plagado de cosas materiales, en el que el tener se mide por las posesiones tangibles, las herencias que he recibido de mis papás muestran que las verdaderas cosas salen del corazón, de la gestión del cariño, de la necesidad de amainar un poco el vendaval de falta de humanismo. Muestran también que lo material se daña y pasa de moda, pero que la verdadera herencia es el ser recordados por perseguir nuestros sueños siendo tolerantes, caritativos, humanos – en el verdadero sentido de la palabra – y más que nada, asegurarnos que nosotros también ‘heredemos’ este tipo de bienes a los que nos siguen, y así perpetuar un poco más las características que nos hacen diferentes y únicos.


sábado, 31 de mayo de 2014

do you remember, Doug...

     when you asked me if I wanted to share a house with you? in Claremont, on ‘this’ side of the railroad tracks. I said yes and then I had to deal with my conservative catholic parents who could not understand that I was not ‘living’ with you, but only sharing a house. little I had known that you had already asked your best friend Tom if he wished to share the house with you. who would have guessed that later I would marry Tom and you would walk me down the aisle in my South African wedding
  
     when on the odd Friday you will ask me if I wanted to go and spend the weekend in Noordhoek? with your family. I will sleep in the caravan in the garden. I was really lucky because that way I got to meet Richard, Judy, Hannah and Ruth. I would have one of those wholesome meals prepared by Judy which, to my surprise, normally included flowers in the salad. It was the closest to ‘home away from home’

     when you came home with your hair a bit more frazzled than usual and a sombre look? your VW beetle had been stolen. right from Rhodes Mem. and it didn’t have much petrol. I tried to confort you. somehow. I praised the South African police and said that by tomorrow we will have your beetle at home. not to worry. I also told you the story about my grandfather who also reported his car as stolen to later remember he had parked it in a different spot. half way through this story, you got up and left. my words still flowing. you came back two hours later with your big wide smile and told me you had parked it in the Engineering building, and there it was when you went to fetch it

     my puzzled look every time you said ‘ag shame’? before coming to South Africa, all my English was American in vocabulary, truly Spanish in pronunciation. I could not understand why we all had to feel ashamed of something. you also taught me more South African words and I was able to feel more at home. you were home. for 20 months

     spaghetti bolognaise for dinner? that is all you could prepare back then. not that I was much better. but it was always good and hearty. with bread, parmesan cheese and a glass of wine. red for you, white for me. and a wonderful conversation

     when with a sort of an apologetic smile you will inform me that we had been invited to tea with Mr and Mrs Lalloo, landlords and next-door neighbours. Mrs Lalloo would wear that beautiful orange sari and Mr Lalloo would wear his best pair of pants. during tea, Mrs Lalloo would always bring out the time she met Richard and Judy, and you as a baby as their tenants in the same house we now shared. she would always finish with ‘handsome boy, Doug’. to which you would always look at me with the afternoon sun reflecting in your beautiful green eyes and a beaming smile. and I will always reply ‘still a handsome boy’

[photo: Camps Bay, 2008]

     you were a handsome boy in the outside – perhaps that was the concern my parents had about me ‘living’ with you - and truly gorgeous in the inside. you were extremely bright, our conversations always took interesting twists from which I would always learn a lot. you were very kind, always ready to help others. a gentleman. to Richard’s pride. you were funny, your laugh was contagious and we could end in tears of joy many times. we were happy. you were a happy chap altogether, no concerns beyond today. you really lived today to your best. you were a gifted artist. your bird drawings, the portrait of your grandfather, the amazing pieces you published in many magazines. your talent was always overflowing one way or another

     I am sorry I keep babbling all this, but I hope you can start to fathom how much I will miss you. hearing your ‘Howzit guys’ every time we will go back to Cape Town, having you over for dinner or to go to Kirstenbosch with a picnic, or just sitting in Muizenberg admiring the sunset while having a beer, or two. or just knowing that you are there, on the other side of the world and wishing we could find a dream job in Galapagos so you could come to live with us again.

     I love you, and I love these memories, plus thousands more that are stored in my heart. forever. your leaving leaves a big hole in my heart, but I know that all those memories will cheer me up, because having met you, is one of the greatest things that ever happened to me


                                                                                                               fair winds mi amigo

[related entries: once upon the time and a birthday on social media]

miércoles, 23 de abril de 2014

Abstinencia

Perdí mi teléfono. No tan inteligente, pero teléfono después de todo. Cuando me di cuenta de la pérdida – el sentimiento de vacío me llenó. Me sudaban las manos. Tenía taquicardia. Me dio ataque de pánico. Mi respiración se entrecortó. Se me secó la boca. Todos los síntomas del síndrome de abstinencia de un adicto cualquiera. En un intento de buscar paz, revisé los varios bolsillos que tenía: los del pantalón, de la casaca, de la cartera, de la amiga que estaba conmigo. Y para evitar posibles confusiones, la misma búsqueda pero en sentido contrario: amiga, cartera, casaca, pantalón. Cuando agoté las opciones, me entraron unas ganas locas de fumar un cigarrillo – y eso que yo no fumo. Me imagino que necesitaba hacer algo con la mano libre, la que ahora no tenía el BB. La ausencia era sobrecogedora.

Tardé unas cuantas horas en asimilar y dejar de pensar que el alguien que lo encontró, me lo devolvería ante la insistencia de las múltiples llamadas perdidas. Que el milagro se materializaría en el cuerpo del BB con la foto de los colores de Otavalo en la pantalla y las conversaciones pendientes en el BBM y WhatsAPP.

Horas después avisé a los más cercanos que estaba incomunicada, que cualquier cosita me podían ubicar por ‘interno’ de FB o por correo electrónico.  Y empezó el síndrome de abstinencia completo. Ya había pasado la adrenalina del suceso. Ya había pasado el apoyo solidario de mis amigos y colegas, quienes con miradas de pena y nostalgia propia, me ayudaban a pasar el mal rato. Ahora mis ojos tenían el tiempo suficiente para buscar esa lucecita roja que indicaba que algo había llegado. Mis oídos entrenados a oír el ‘piiinn’ del WhatsAPP, el ‘cricri’ del BBM, el ‘pong’ del sms, el ‘taran’ del email o el ‘riiiiing’ del teléfono sin importar el ruido ambiental presente, oían ‘alucinaciones’ – como si eso fuera posible. La noche se hizo eterna – no había como ‘chatear’ hasta dormirme.

...

Ya es una semana de la pérdida. Todavía extraño mi teléfono. No tan inteligente, pero teléfono después de todo. Pero también agradezco que se fue. Sé que volverá – gracias al programa corporativo de mi oficina y de la necesidad de que me mantenga conectada al mundanal ruido, pero hoy por hoy he disfrutado de ese vacío. He disfrutado de los almuerzos en familia. De las gracias de mis sobrinos. De los abrazos de mis papis. De los sabores, olores y colores del momento. De la cotidianidad de la vida simple. De la certeza que al fin y al cabo, estoy bien - sin apéndices ni añadiduras. Que la vida continúa. Y continúa bonito. Con la atención indivisible, hablando con los presentes y gozando el ahora. Que esos apéndices conectivos, realmente nos desconectan de lo que es verdaderamente importante en esta vida. La vida misma. 

[Publicado en Diario El Tiempo de Cuenca el 26 de abril del 2014 bajo http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/8816-abstinencia/]

sábado, 19 de abril de 2014

Escarabajos

Este sábado pasado día vi como un niño chico, de unos 5 años de edad, pisoteaba con premeditación y alevosía – como dirían los entendidos – a un pobre escarabajo. El pobre estaba ya más aplanado que el coyote del correcaminos, pero el niño seguía dándole con saña. Tenía una sonrisa en la cara. El niño, no el escarabajo – éste último ya no tenía ni cara. Los adultos alrededor del niño no se inmutaban y conversaban del clima y del precio del arroz.

Hace un par de semanas mis hijos me contaron – horrorizados y muy tristes, como dos niños jugaban una mezcla de futbol y vóley con un pulpo. Se reían viendo al pobre animal estirar sus tentáculos - los ocho a la vez, tratando de agarrar el aire para evitar ser lanzado al vacío. El espectáculo provocaba la risa y carcajada de niños y adultos. Al final, el pulpo y sus ocho brazos ya no eran uno. Era una masa amorfa, que a la final solo quedo en cabeza y tres tentáculos. Los adultos alrededor de los niños no inmutaban, más bien se reían y seguían comentando del clima y del precio del arroz.

Ayer, cuando fui a la orilla del mar a ver el atardecer - a conectarme y desenchufarme – vi como una niña rompía una rama de mangle. No importaba que el mangle esté protegido por las leyes ecuatorianas, ni que sirva de albergue a pelícanos y más aves marinas, ella obvió mi amonestación y siguió rompiendo el árbol. El padre de la niña no se inmutó. Siguió conversando del clima y del precio del arroz, mientras la niña ponía más esfuerzo en romper esa y otra rama más.

Ayer, mientras caminaba por el pueblo en el que vivo, un grupo de niños lanzaban piedras a un pobre perro flaco y tímido que estaba atado con una cadena más grande que él a un palo más flaco que su propia pata. Un perro con un poco de autoestima hubiera podido halar su cadena y romper el palo. Todos se reían viendo al pobre perro tratar de escabullirse de la lluvia de piedras. Me detuve ante la mirada de tristeza del perro y pedí que paren. Se me rieron en la cara y continuaron. Salió su madre (o habrá sido tía) y me recriminó por haber osado en cortar la diversión.

Es triste haber llegado a este punto. Sé que hay excepciones, pero parece que éstas son pocas. Y – desafortunadamente – quiénes hacemos esas excepciones somos mirados como eso. La norma destaca otro comportamiento. Ejercer el derecho absoluto a ser los amos de la naturaleza, de sus seres y creaturas (¿o son criaturas? – de crear o de criar) y con ellos el tratar mal a propios y ajenos. Al ser los seres más inteligentes antropomórficamente hablando, debemos enseñar y practicar respeto. Respeto a todos y a todo. Solo así podremos asegurar llevar con honra ese ‘título’ tan honrosamente ganando a la larga de la carrera evolutiva. 


[Publicado originalmente en el Diario El Tiempo de Cuenca el sábado 19 de abril del 2014 en http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/8779-escarabajos/]

viernes, 21 de marzo de 2014

ella baila sola

Me gusta salir sola. Me gusta salir a comer, bailar, pasear sola. Me gusta, entre otras cosas, la reacción que causa. Una mujer sola se percibe como abandonada, triste, incompleta. Para mi es al revés. Me siento completa en mi compañía. Me siento una.

Cuando salgo a bailar sola me gusta el poder ensimismarme en el ritmo, en sentir la música en mi pecho e imaginarme colores que salen de los parlantes. Y bailo sin tapujos. Sin apariencias. Sin inhibiciones. Cuando bailo sola, no falta quien venga a sacarme a bailar. No falta quien me mire y se sonría. No falta quien diga lo que diga. Para mí solo hay el sonido, la cadencia del movimiento, la felicidad de tener un metro cuadrado donde puedo desenvolverme a mi gusto.

[diseño por afterglowstudio]

Cuando salgo a cenar sola, generalmente cuando estoy de viaje, me gusta contemplar la gente; y ver como ellos me contemplan. Muchos – por no decir todos, se pasan la historia de mi vida. Algunos se acercan y me preguntan si estoy bien y si deseo compañía. Respondo que sí, que estoy bien; que no, no deseo compañía. Disfruto del placer de cada bocado sin la necesidad de la prisa para dar paso a la palabra. Saboreo los sabores y disfruto de las texturas. La consuetudinaria copa de vino blanco se hace más fresca, más chispeante. Su aroma y cuerpo toman más fuerza. El momento es de uno, un duelo de gustos, olores y colores.  

Cuando salgo a pasear sola me gusta el espacio. La falta de preocupación de responder a otra persona. Me gusta que no tengo que hacer nada más que poner el un pie frente al otro e ir hacia adelante. O hacia atrás. Que puedo parar, mirar, descansar, contemplar, perderme en ese momento sin dar explicaciones. Sin miramientos. Sin el apuro de hacerlo rápido para no molestar, para no agobiar al resto, para continuar con la manada. Me gusta sentarme a ver pasar la gente, ver pasar la vida. Ser espectador desde adentro de la película. Me gusta respirar el aire que respira el resto, sentirme parte de un todo – a pesar de estar completa en mí mismo.

La soledad es subjetiva. Lo que para uno puede ser un momento de respiro al trajín del día a día, para otros puede ser motivo de preocupación y desazón. Lo cierto es que todos vivimos nuestra vida de la mejor manera posible, y no siempre es posible entender – o tratar de entender – lo que para uno es inentendible. Mi abuelo siempre decía que hay que ponerse en los zapatos del otro, y esto aplica hasta para esas cosas – como una mujer sola – que ciertos cánones dicen que no deben ser así. Mi soledad está bien acompañada, me tiene a mí misma. Así ya somos dos.

[publicado en Diario El Tiempo de Cuenca el 24 de marzo del 2014 en el siguiente link: http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/8642-ella-baila-sola/]


lunes, 3 de febrero de 2014

el buen año

 “Este año fue bueno conmigo” – me dijo doña Petrona entre abrazos y cuetes. Para ella, el que su vida haya sido buena en el 2013 fue gracias al año. No a su forma de vida sencilla y cálida, o a la presencia permanente de sus hijos que la llenaron de nietos, de risas y alboroto, o a Don Felipe, quién le lee novelas rosa por las noches. Ella no ve que ha forjado su felicidad casa adentro. Por ella. Por los suyos. Supongo que este nuevo año tendrá igual responsabilidad.

Es fácil pedir que el 2014 nos llene de cosas gratas. De cosas que placenteras. Que nos dé lo que no tenemos o nos devuelva lo que perdimos. Que haga por nosotros el trabajo y se nos ponga en bandeja de plata lo deseado. Así, sin mucho esfuerzo. Nos llenamos de cábalas y supersticiones para pedir lo que creemos que nos hace falta. Viajes, dinero, salud, felicidad. Unos queremos cosas tangibles, otros las intangibles. Pero todos queremos algo.

Es muy fácil poner en otros la responsabilidad de nuestro bien-estar. De esta forma como que nos lavamos las manos y si al final del día (en este caso, del año) no tenemos lo que nos creemos merecedores, le echamos la culpa al año.

El hacer del 2014 el año más fantástico posible, es cuestión de uno. Es cuestión mía. No es responsabilidad del ‘año’ el hacernos más felices, más guapos, más bacanes, más saludables o más exitosos. Es nuestra responsabilidad. Para lograrlo, se debe buscar la raíz de la felicidad. Las cosas sencillas. Volver a ver todo con ojos inocentes. Maravillarnos con lo sencillo. Abrazar mucho. Llorar lágrimas gordas de felicidad y lágrimas flacas de tristeza. Disfrutar de lo cotidiano. Sonreír más. Reír a carcajadas. Ir detrás de ese sueño archivado en la memoria. Ser mejores en las tareas diarias. Comer con gusto y sin conciencia. Sentir la lluvia al caer de la punta de la nariz. Oler la tierra mojada y el pan que sale del horno. Ver más atardeceres. Oír el murmullo del río.

Esto brindará una cadena de energía positiva que va a hacer que recordemos al 2014 como un buen año. Que la felicidad estuvo con nosotros. Tal vez falten algunas cosas materiales, pero al fin del día (en este caso, del año) el bagaje de recuerdos, memorias y satisfacciones que quedan nos harán notar que lo que cuenta es lo intangible. Que el resto es solo un placebo que nos confunde y tapa la verdadera fuente de felicidad. Lo material se descompone, se daña y se pierde. Las cosas sencillas nos dan calor en momentos de frío interno, nos sacan sonrisas espontáneas, nos recuerdan que estamos vivos. El vivir así el 2014 nos hará más felices, más guapos, más bacanes, más saludables y más exitosos. Solo depende de la óptica con la que nos miremos. 

[Escrito original para Diario El Tiempo de Cuenca, publicado el 1 de febrero 2014 http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/8370-el-buen-aa-o/]


viernes, 31 de enero de 2014

Sonidos y palabras

Es chistoso cómo los sonidos crean expectativas.

El ‘piiinn’ del WhatsAPP, el ‘cricri’ del BBM, el ‘pong’ del sms, el ‘taran’ del email o el ‘riiiiiiing’ del teléfono. Todos esos sonidos hacen pensar en algo en particular, que – en ocasiones – tiene que ver con lo que se vive en ese momento. Un algo que evoluciona en el proceso de aplastar el botón para satisfacer la curiosidad. Una noticia – buena o mala, una sorpresa, y hasta incertidumbre cuando no esperamos nada. Lo cierto es que nuestro oído ha creado una respuesta condicionada – como los experimentos de Pavlov – al universo de sonidos incluidos en nuestros aparatos electrónicos diarios.

Hay veces que ignoramos un sonido en particular, mientras que hay otros sonidos que nos llevan a salirnos de la ducha enjabonados. También podemos escoger ignorar todos los sonidos. Esa ignorada que no nos deja tranquilos. Que nos mantiene al vilo, alertas por un acaso sea algo importante, o urgente, o básico. Ignoramos, pero no olvidamos.

Hay veces en que un sonido nos da mariposas en el estómago. Esa contorsión de la barriga que nos moja la imaginación. Muchas veces las mariposas se van volando no más y nos dejan con la sensación de estar en este tiempo y espacio. Pero cuando las mariposas se convierten en una manada de ñus en migración por el Maasai Mara es cuando la sonrisa está a flor de labios. Varias son las causas generadoras de estas mariposas: viajes, satisfacciones, amores, reuniones. O hay las del susto también.

O el sonido del ‘biiiiip’ del microondas que anuncia esa taza de té para el alma. Sobre todo cuando es necesaria una pausa en el corre-corre. Cuando hay que recuperar la vitalidad al contemplar el calor en formas de ondas de vapor. Caprichosas en su mecer aéreo – como gimnasta de telas – ante la brisa del trajinar cotidiano. Ese calor reconfortante que nos dice que todo es pasajero.

Otro sonido sabroso es el ‘plop’ que anuncia la separación del corcho con la botella de vino. Que invita a oler el corcho y entender la calidad del sabor que viene en camino. La antelación del sabor venidero. La idea de verter en una copa un líquido con cuerpo y voluntad propia; de saborearlo, de olerlo. De ver sus piernas estrecharse a lo largo de la copa. De cerrar los ojos y decir que la vida es buena.

Nuestros sentidos están permanentemente atiborrados de estímulos. El diario quehacer nos hace que pongamos más atención a uno que a otro, y en el proceso nos olvidamos de recordar el canto del gorrión; el sonido que hacen las alas del colibrí que liba las flores del jardín; el ronronear del gato satisfecho; el sonido de la respiración de quienes amamos. Los sonidos pueden traernos al presente, y nos ayudan a viajar al pasado. Pero lo más importante de un sonido, es la capacidad de hacernos dar cuenta de cuanta suerte tenemos al ser capaces de oír.


jueves, 16 de enero de 2014

mi primera vez

Todos – creo, nos acordamos de la primera vez. Yo tengo muy presente la mía. Me acuerdo el lugar, la hora y con quién estaba. Esto de muchas de mis primeras veces.

Esa primera vez que comí alcachofas. Una cosa verde oscura con pétalos que me decían que era muy rica. Me enseñaron a sacar los pétalos y comer esa gota de carne raspando con los dientes. Con o sin aderezos. Con un plato adicional para poner el 90% de la alcachofa que no se comía. Recuerdo cómo – casi de premio, el sábado luego de las compras semanales había de entrada alcachofas. Recuerdo también, la primera vez que nos contaron que había el corazón de la alcachofa y pude disfrutar a bocados grandes su sabor.

Recuerdo también la primera vez que fui a la playa. Sentí primero la arena mojada y luego el mar entre los dedos del pie. Siempre íbamos a la playa. Cada año y cada año era la primera vez que íbamos ese año. No repetíamos el viaje, era muy lejos y largo. Me mareaba y el viaje no era placentero. No había una segunda vez por año. Solo y siempre, una primera vez.

O la primera vez que comí sushi. En realidad sashimi. Directo desde el espinazo del pescado con aderezo de mar y algo de arena. Las hijas de mi jefa tenían una columna de pescado cada una y lo saboreaban como si fuera algodón de azúcar. En ese viaje tuve muchas primeras veces. Todas eran diferentes y mágicas gracias a la conversa con los panas, la sazón diferente de los chefs con ínfulas de internacionalismo, la ausencia de etiqueta y protocolo y el disfrute al máximo. Luego llegó el sushi, con algas, arroz soposo y atún fresco. Hoy por hoy, cuando como sushi  por primera vez en un día, recuerdo ese día mágico de mi primera vez.

También es la primera vez que veo la luna llena en este mes. En este año. Y no paro de maravillarme de lo perfecta que es. La ausencia de estrellas a su alrededor crean el marco perfecto para su redondez. A veces la veo sola, a veces en compañía. Ella sola o yo sola. La misma diferencia. A veces en aquelarre, que es muy diferente a la compañía usual. Pero siempre hay una primera vez para verla en ese día, mes, año.

Una primera vez no debería contar solo cuando es la primera vez en la vida de uno. La vida está hecha de momentos, y cada momento gracias a sus características especiales, es único. Deberíamos aprender a valorar la unicidad de ese instante y catalogar todo como la primera vez. Eso hacen los niños. Se maravillan con todo y se vuelven a maravillar con ese todo cada vez. Sus primeras veces son incontables, eternas y maravillosas. Y son felices en la inocencia, en la falta de arrogancia de quién lo hizo, lo vio o lo sintió primero. La primera vez, siempre será la primera. No importa cuántas veces hayan pasado. Me gusta ver la vida bajo esa óptica, me da ganas de vivirla más. Al fin y al cabo, para lo único que si hay una sola primera vez, es para cuando morimos…

[Publicado en el Diario el Tiempo de Cuenca, Ecuador el 22 de febrero 2014 - http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/8486-la-primera-vez/]