miércoles, 23 de abril de 2014

Abstinencia

Perdí mi teléfono. No tan inteligente, pero teléfono después de todo. Cuando me di cuenta de la pérdida – el sentimiento de vacío me llenó. Me sudaban las manos. Tenía taquicardia. Me dio ataque de pánico. Mi respiración se entrecortó. Se me secó la boca. Todos los síntomas del síndrome de abstinencia de un adicto cualquiera. En un intento de buscar paz, revisé los varios bolsillos que tenía: los del pantalón, de la casaca, de la cartera, de la amiga que estaba conmigo. Y para evitar posibles confusiones, la misma búsqueda pero en sentido contrario: amiga, cartera, casaca, pantalón. Cuando agoté las opciones, me entraron unas ganas locas de fumar un cigarrillo – y eso que yo no fumo. Me imagino que necesitaba hacer algo con la mano libre, la que ahora no tenía el BB. La ausencia era sobrecogedora.

Tardé unas cuantas horas en asimilar y dejar de pensar que el alguien que lo encontró, me lo devolvería ante la insistencia de las múltiples llamadas perdidas. Que el milagro se materializaría en el cuerpo del BB con la foto de los colores de Otavalo en la pantalla y las conversaciones pendientes en el BBM y WhatsAPP.

Horas después avisé a los más cercanos que estaba incomunicada, que cualquier cosita me podían ubicar por ‘interno’ de FB o por correo electrónico.  Y empezó el síndrome de abstinencia completo. Ya había pasado la adrenalina del suceso. Ya había pasado el apoyo solidario de mis amigos y colegas, quienes con miradas de pena y nostalgia propia, me ayudaban a pasar el mal rato. Ahora mis ojos tenían el tiempo suficiente para buscar esa lucecita roja que indicaba que algo había llegado. Mis oídos entrenados a oír el ‘piiinn’ del WhatsAPP, el ‘cricri’ del BBM, el ‘pong’ del sms, el ‘taran’ del email o el ‘riiiiing’ del teléfono sin importar el ruido ambiental presente, oían ‘alucinaciones’ – como si eso fuera posible. La noche se hizo eterna – no había como ‘chatear’ hasta dormirme.

...

Ya es una semana de la pérdida. Todavía extraño mi teléfono. No tan inteligente, pero teléfono después de todo. Pero también agradezco que se fue. Sé que volverá – gracias al programa corporativo de mi oficina y de la necesidad de que me mantenga conectada al mundanal ruido, pero hoy por hoy he disfrutado de ese vacío. He disfrutado de los almuerzos en familia. De las gracias de mis sobrinos. De los abrazos de mis papis. De los sabores, olores y colores del momento. De la cotidianidad de la vida simple. De la certeza que al fin y al cabo, estoy bien - sin apéndices ni añadiduras. Que la vida continúa. Y continúa bonito. Con la atención indivisible, hablando con los presentes y gozando el ahora. Que esos apéndices conectivos, realmente nos desconectan de lo que es verdaderamente importante en esta vida. La vida misma. 

[Publicado en Diario El Tiempo de Cuenca el 26 de abril del 2014 bajo http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/8816-abstinencia/]

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