lunes, 12 de agosto de 2013

Amor de novela

Para Fabi - quién me dio la idea…

Ahí viene, pero – para variar – está ocupada. No me ve. Me ignora. Me evita. Y yo me muero por ella.

Me muero porque me toque, me acaricie y me huela. Pero ella, impasible deja el bolso gigante cerca de la lámpara, y la prende. Sigue sin verme. Y yo sigo muriéndome por ella. Me cuesta pensar que no se me acerca; pensé que teníamos algo, que habíamos hecho conexión. Supongo que no. Pensé que en esos breves momentos íntimos, le había gustado – porque –  ella sí que me gustó.

Me gustó su olor elegante y sobrio, su pelo ensortijado y enredado color miel quemada, la piel de sus manos y el anillo de ámbar en el dedo medio. Me gustó su ropa casual de buen gusto. Me gustó la simpleza de su maquillaje y la liga de pelo en la muñeca izquierda, lista para amainar las olas de su pelo ensortijado ante el arrebato del calor. Me gustó, mucho…

Veo su deambular por la habitación. Huelo el aroma que despide a cada paso. Siento la cadencia de sus movimientos.  Escucho su respiración agotada luego del día de trabajo. Saboreo los momentos compartidos. Pero ella no me ve, no me huele, no me siente, no me escucha ni me saborea.

Por fin viene hacia mí. Tiene la mirada dulce pero perdida en el tiempo y en el espacio. Poco después siento que me busca y al divisarme sobre el sofá, sonríe. Me sonríe. El mundo gira nuevamente para mí. Estoy en las nubes. Si, le gusto y hubo conexión.

Me toma delicadamente, me huele. Me aprieta contra ella y siento su blusa de lino color celeste. La veo sonriendo. Se acomoda sobre el sofá y abre la tapa. Busca la página 24 y empieza a leer. Justo dónde habíamos quedado en nuestra primera cita. Mi corazón vuelve a latir…

jueves, 4 de julio de 2013

Mandela, gracias…


[publicado el 4 de julio del 2013]

En 1985 y 1986 fui voluntaria activa de Amnistía Internacional. Tenía 14 años y ganas de luchar contra la injusticia. Gracias a Amnistía conocí a gente muy valiosa y ahora muy querida. Gracias a Amnistía conocí más a fondo el luchar de Nelson Mandela. Gracias a Amnistía escribí una carta mensual a PW Botha, el entonces presidente de Sudáfrica y líder del partido político que lideraba el apartheid, solicitando la libertad de Mandela. Gracias a Amnistía escribí una carta mensual al propio Mandela dándole ánimo y diciéndole que afuera de Sudáfrica habíamos gente que estábamos con él, que estábamos gestionando su justa liberación. Gracias a todo esto, pude entender lo valioso que es luchar por lo que uno cree.

Desde la época del ‘Show de Bill Cosby’, cuando una de sus ‘hijas’ se fue de misionera a África, yo deseaba irme allá. Al África negra, misteriosa y maravillosa. Me hubiera gustado ir a Kenia a ver la gran migración de ñus del Masaai Mara al Serengeti; o a Ruanda para junto con Dian Fossey estudiar gorilas; o a Tanzania para estudiar con Jane Goodall los chimpancés y ver el fabuloso Kilimanjaro. El asesinato de Dian Fossey en 1985 me hizo pensar dos veces antes de seguir ese camino.

Me provocaba ver desde adentro el continente negro; el sentirme como ‘minoría’ en un continente vasto con varios tonos de negro y café; me alucinaba la idea de tratar de entender qué pasaba en África y cómo había llegado a dónde estaba. Sudáfrica y Mandela estaban alto en la lista de prioridades. Cruzar el Atlántico y fijar rumbo por esos lares.

En 1997, me fui a vivir a Sudáfrica. Mandela era Presidente. El primer presidente negro en la historia republicana. En Sudáfrica preguntaba a quien podía, cómo fue vivir en la Sudáfrica de antes. La que Mandela luchó para que no sea permanente. Me contaron poco, mucho y nada. Pero se me quedaron ejemplos como la prueba del lápiz en el pelo. Si el lápiz se quedaba cuando se ponía en el pelo, la persona no era de raza blanca. Y ahí empezaba el degradé de colores y maltratos. En Amnistía, una vez vi un poster blanco. En el centro - un lápiz amarillo con borrador rojo. El típico. El poster decía que éste es un instrumento de tortura. Lo que nunca imaginé era ‘cómo’ éste era un instrumento de tortura.

En Ciudad del Cabo, vi Robben Island dónde Mandela rompió rocas por 18 años. Pasaba por lo menos tres veces por semana por Pollsmoor, la cárcel donde estuvo encarcelado por seis años; y estuve en la zona de Paarl donde estuvo bajo arresto domiciliario por dos años y de donde salió a la libertad en 1990. Pasaba a diario por la Casa Presidencial en Ciudad del Cabo. Hoy por hoy, todavía celebro el 27 de abril – el día de la Libertad en Sudáfrica. Las primeras elecciones democráticas no raciales dónde ganó Mandela en 1994.

Un día, mientras trabajaba de mesera en un restaurante de un centro comercial, oí que Mandela estaba cerca. No pensé en nada, con delantal y la cuenta de una mesa, salí corriendo. Ahí lo vi sonreír mientras saludaba a un guardia de seguridad. Estaba como a 10 metros. Le vi estrechar manos y sonreír. Yo sonreía. El sonreía. Todos sonreíamos. Esa era la nueva Sudáfrica. 

(foto: Denis Farrell/AP)


Ahora me entristece que el nombre Mandela haga titulares en los medios de prensa mundiales. Primero por su grave estado de salud. Está conectado a máquinas, y su vida depende de ellas. Pero más titulares hay por el protagonismo de quiénes usan su apellido como trofeo. Hablan ex esposas, nietos políticos, hijos ilegítimos, hijas legítimas, ex compañeros de ideología y cárcel, presidentes y políticos que usan el nombre de Mandela como estandarte para figurar. Y figuran.

Mi esposo es sudafricano, mis hijos son (sud)afro-ecuatorianos y yo soy sudafricana de corazón. El presupuesto familiar incluye un rubro para visitar ese maravilloso país cada vez que la alcancía se llena. Un país reconstruido por Mandela y la voluntad de los sudafricanos. Una SuidAfrika de varios colores, olores y sabores. 

Buen viento y buena mar Mandela para cuando levantes anclas… Así como escribí para tu liberación en la década de 1980, ahora te escribo para decirte que gracias a ti, soy una mejor persona…

[Publicado con modificaciones en el Diario El Tiempo el 7 de diciembre  del 2013 bajo http://www.eltiempo.com.ec/noticias-cuenca/133818-gracias-mandela/ a raíz de la muerte de Nelson Mandela el 5 de diciembre del 2013. El texto de mi autoría en la versión digital de El Tiempo es hasta "La tristeza de toma las calles de Sudáfrica"]





jueves, 13 de junio de 2013

lo cotidiano



Como todos los días de los últimos años ella se subió por el otro lado, murmuró algo y el arrancó.

Sus ojos miraban por las ventanas. El con la mirada en el camino murmuraba algo del clima. Ella veía  las vacas que rumiaban en el campo y contestó algo inentendible. Ella lo miró mientras él veía para el otro lado. El la miró luego. Su suspiro le volvió a la realidad.

La mano de ella se estrechaba a la izquierda. La mano de él se estrechaba a la derecha. Sus ojos apenas se entrecruzaron un segundo.



Llegaron.

El manejaba adelante.
                              Ella iba atrás.

- ¿cuánto es?

- $4.50 - dijo el

- póngalo a la cuenta – contestó ella

lunes, 27 de mayo de 2013

el pecado



La última vez que me confesé fue para mi matrimonio eclesiástico. De esto ya casi 14 años. Para entonces ya llevaba unos buenos 10 años sin acudir al “Ave María Purísima, sin pecado concebida”. Luego de arrodillarme en el confesionario, y decir la letanía requerida – me quedé en blanco. No me acordaba qué era un pecado. O lo que es peor, no podía clasificar mí accionar en pecaminoso o no pecaminoso. 

Hurgué mi memoria y hallé el catecismo escolar. Ese catecismo que nos hicieron repetir las monjas del colegio y que debíamos sabernos de memoria so pena de caer en pecado. Junto con el recuerdo del catecismo, también me vinieron los recuerdos del miedo de caer en pecado mortal a mis 9 años. Y encima de eso no poder hacer la primera comunión. 

El pánico de ir derechito al infierno por la pereza, esa que no me dejó levantarme a tiempo y perdí el bus a la escuela. O la gula al haberme comido también la olla encantada de mi hermanita que todavía no tenía dientes y le tocó una mejor que la mía. O la soberbia de desear con todo mi corazón ganar como ‘Niña Deportes’ cuando fui madrina del grado de mi hermano. O la envidia de ver a mis amigas que tenían la colección de casitas de Fisher Price y desear tenerlas también. Todo eso era pecado con rabo, no por algo estaban catalogados como los Siete Pecados Capitales (si, con mayúscula). 

Pero el catecismo no nos hablaba del pecado de la falta de caridad – al hablar mal de la niña con los piojos en la cabeza que el siguiente año ya no volvió al colegio católico. Ni tampoco del pecado de mirar con desdén y arrogancia a quién pedía limosna luego de la misa dominical. O de la importancia de tratar con respeto al humilde hombre que por ser albino y sin casa se hacía de nuestros insultos y risas sarcásticas. 

Lo cierto es que – para mí, el pecado es subjetivo y ligado al imaginario de la religión. En esa última confesión, mis pecados confesos fueron inventados o exagerados. La mayoría fueron tildados como tal por la mirada inquisidora del sacerdote en el confesionario. No me considero libre de ‘pecado’ – y por eso trato de no lanzar la primera piedra, pero si me considero un buen ser humano. Uno que entiende que la caridad es hacer algo bueno, sin esperar la ovación de nadie; o uno que no se persigna en cada iglesia pero si da una sonrisa al humilde y al desposeído; o uno que trata de compartir de lo que tiene, no de lo que le sobra. 

Mis hijos no conocen al pecado. Ellos conocen de buen accionar o mal accionar. Y estos accionares tienen sus consecuencias – buenas  o malas, en esta tierra y en este espacio. No vivimos pensando en el ‘infierno’ de Dante, más bien tratamos de construir un ‘paraíso’ propio, terrenal y asequible en el aquí y el ahora.

viernes, 17 de mayo de 2013

cerebralmente



Hoy me fui al spa por primera vez en el año. Me hacía falta y me lo merecía. Decidí – cerebralmente, que me iba a desconectar.

Llegué y cerebralmente decidí poner mi BB en la alacena. Ahí lejos. Decidí cerebralmente cambiarme a la bata del spa y relajarme. Me acosté. Cerebralmente decidí que necesitaba desconectarme del BB  - para evitar estresarme con llamadas, whatsAPPeadas, SMSeadas, PINeadas o emails. 

Dos minutos luego, cerebralmente decidí que era mejor apagar el BB. Me levanté con la bata del spa. Tenía que desconectarme. Necesitaba desconectarme, estar fuera de todo y desestresarme. Cerebralmente apagué el BB y volví a acostarme con mi bata del spa.

Mi BB en la alacena. El BB apagado allá lejos. El BB fuera del alcance de mi mano.

Cerebralmente tome la decisión de acostarme y relajarme. Yo y mi bata del spa.

Y empezó el cerebro – cerebralmente, a ponerme las posibles opciones de lo que podía pasar y yo con el BB apagado y fuera del alcance de mi mano.

¿Y si me llaman de la escuela?
¿Y si me llama Tom con algo?
¿Y si la Gracie por fin confirmó del viaje a Isabela?
¿Y si…?
¿y…?

Cerebralmente decidí levantarme con la bata del spa. Me fui a la alacena y tomé el BB. Cerebralmente lo prendí y me lo llevé a mi lado. Al alcance de mi mano. Y me desestresé.

Nadie me llamó, me whatsAPPeó, me PINeó, me SMSeó, me EMAILeó.

Pero me desestresé y disfruté de mi spa y mi bata.