jueves, 13 de junio de 2013

lo cotidiano



Como todos los días de los últimos años ella se subió por el otro lado, murmuró algo y el arrancó.

Sus ojos miraban por las ventanas. El con la mirada en el camino murmuraba algo del clima. Ella veía  las vacas que rumiaban en el campo y contestó algo inentendible. Ella lo miró mientras él veía para el otro lado. El la miró luego. Su suspiro le volvió a la realidad.

La mano de ella se estrechaba a la izquierda. La mano de él se estrechaba a la derecha. Sus ojos apenas se entrecruzaron un segundo.



Llegaron.

El manejaba adelante.
                              Ella iba atrás.

- ¿cuánto es?

- $4.50 - dijo el

- póngalo a la cuenta – contestó ella

lunes, 27 de mayo de 2013

el pecado



La última vez que me confesé fue para mi matrimonio eclesiástico. De esto ya casi 14 años. Para entonces ya llevaba unos buenos 10 años sin acudir al “Ave María Purísima, sin pecado concebida”. Luego de arrodillarme en el confesionario, y decir la letanía requerida – me quedé en blanco. No me acordaba qué era un pecado. O lo que es peor, no podía clasificar mí accionar en pecaminoso o no pecaminoso. 

Hurgué mi memoria y hallé el catecismo escolar. Ese catecismo que nos hicieron repetir las monjas del colegio y que debíamos sabernos de memoria so pena de caer en pecado. Junto con el recuerdo del catecismo, también me vinieron los recuerdos del miedo de caer en pecado mortal a mis 9 años. Y encima de eso no poder hacer la primera comunión. 

El pánico de ir derechito al infierno por la pereza, esa que no me dejó levantarme a tiempo y perdí el bus a la escuela. O la gula al haberme comido también la olla encantada de mi hermanita que todavía no tenía dientes y le tocó una mejor que la mía. O la soberbia de desear con todo mi corazón ganar como ‘Niña Deportes’ cuando fui madrina del grado de mi hermano. O la envidia de ver a mis amigas que tenían la colección de casitas de Fisher Price y desear tenerlas también. Todo eso era pecado con rabo, no por algo estaban catalogados como los Siete Pecados Capitales (si, con mayúscula). 

Pero el catecismo no nos hablaba del pecado de la falta de caridad – al hablar mal de la niña con los piojos en la cabeza que el siguiente año ya no volvió al colegio católico. Ni tampoco del pecado de mirar con desdén y arrogancia a quién pedía limosna luego de la misa dominical. O de la importancia de tratar con respeto al humilde hombre que por ser albino y sin casa se hacía de nuestros insultos y risas sarcásticas. 

Lo cierto es que – para mí, el pecado es subjetivo y ligado al imaginario de la religión. En esa última confesión, mis pecados confesos fueron inventados o exagerados. La mayoría fueron tildados como tal por la mirada inquisidora del sacerdote en el confesionario. No me considero libre de ‘pecado’ – y por eso trato de no lanzar la primera piedra, pero si me considero un buen ser humano. Uno que entiende que la caridad es hacer algo bueno, sin esperar la ovación de nadie; o uno que no se persigna en cada iglesia pero si da una sonrisa al humilde y al desposeído; o uno que trata de compartir de lo que tiene, no de lo que le sobra. 

Mis hijos no conocen al pecado. Ellos conocen de buen accionar o mal accionar. Y estos accionares tienen sus consecuencias – buenas  o malas, en esta tierra y en este espacio. No vivimos pensando en el ‘infierno’ de Dante, más bien tratamos de construir un ‘paraíso’ propio, terrenal y asequible en el aquí y el ahora.

viernes, 17 de mayo de 2013

cerebralmente



Hoy me fui al spa por primera vez en el año. Me hacía falta y me lo merecía. Decidí – cerebralmente, que me iba a desconectar.

Llegué y cerebralmente decidí poner mi BB en la alacena. Ahí lejos. Decidí cerebralmente cambiarme a la bata del spa y relajarme. Me acosté. Cerebralmente decidí que necesitaba desconectarme del BB  - para evitar estresarme con llamadas, whatsAPPeadas, SMSeadas, PINeadas o emails. 

Dos minutos luego, cerebralmente decidí que era mejor apagar el BB. Me levanté con la bata del spa. Tenía que desconectarme. Necesitaba desconectarme, estar fuera de todo y desestresarme. Cerebralmente apagué el BB y volví a acostarme con mi bata del spa.

Mi BB en la alacena. El BB apagado allá lejos. El BB fuera del alcance de mi mano.

Cerebralmente tome la decisión de acostarme y relajarme. Yo y mi bata del spa.

Y empezó el cerebro – cerebralmente, a ponerme las posibles opciones de lo que podía pasar y yo con el BB apagado y fuera del alcance de mi mano.

¿Y si me llaman de la escuela?
¿Y si me llama Tom con algo?
¿Y si la Gracie por fin confirmó del viaje a Isabela?
¿Y si…?
¿y…?

Cerebralmente decidí levantarme con la bata del spa. Me fui a la alacena y tomé el BB. Cerebralmente lo prendí y me lo llevé a mi lado. Al alcance de mi mano. Y me desestresé.

Nadie me llamó, me whatsAPPeó, me PINeó, me SMSeó, me EMAILeó.

Pero me desestresé y disfruté de mi spa y mi bata.

martes, 16 de abril de 2013

Surviving the lack of bookstores



There are no bookstores where I live. The nearest one is about 1000 km. I live in an island. Here, I find lots of natural history books, field guides, or the few-and-far between natural history children’s book. You get the picture.

Whenever I go out - into civilization, I must stop in a book store. 

I go in and a take big breath. To get that smell of book in high quantities, so it will last. I survey the area and the heights of the bookshelves. I go and check the new bestsellers; what is new in the kid’s department; browse through the travel section to learn about some distant place that I would love to go; pass by the stationary and notebook section where I dream of all the thousands of words I will eventually write on soft pages and leather bound notebooks . I dream I live of my writing.

I cherish the vast array of magazines. And read the last page of ‘that’ well-known one. I go back and check the new editions of well-loved books. I breath books. I test the knowledge of the bookstore attendants. They win testing mine. I remember good friends and their book suggestions. I dream of owning (or even working in) one.

I compare the different stores with what one has to offer against the other. Their taste on design and practicality. The carpet vs. the floor. The accessibility of books. I envy the woman sitting in a comfy arm chair mesmerized in a book. I wish I could be her. I applaud the parents with small children in the kid’s book section. I wish I had mine with me then.

I miss a bookstore. Even a tiny wee one would do. I envy you meeting new ones.*


*Written as a comment to "Saying Hello to a New Bookstore" in http://bookriot.com/2013/04/16/saying-hello-to-a-new-bookstore/