sábado, 31 de mayo de 2014

do you remember, Doug...

     when you asked me if I wanted to share a house with you? in Claremont, on ‘this’ side of the railroad tracks. I said yes and then I had to deal with my conservative catholic parents who could not understand that I was not ‘living’ with you, but only sharing a house. little I had known that you had already asked your best friend Tom if he wished to share the house with you. who would have guessed that later I would marry Tom and you would walk me down the aisle in my South African wedding
  
     when on the odd Friday you will ask me if I wanted to go and spend the weekend in Noordhoek? with your family. I will sleep in the caravan in the garden. I was really lucky because that way I got to meet Richard, Judy, Hannah and Ruth. I would have one of those wholesome meals prepared by Judy which, to my surprise, normally included flowers in the salad. It was the closest to ‘home away from home’

     when you came home with your hair a bit more frazzled than usual and a sombre look? your VW beetle had been stolen. right from Rhodes Mem. and it didn’t have much petrol. I tried to confort you. somehow. I praised the South African police and said that by tomorrow we will have your beetle at home. not to worry. I also told you the story about my grandfather who also reported his car as stolen to later remember he had parked it in a different spot. half way through this story, you got up and left. my words still flowing. you came back two hours later with your big wide smile and told me you had parked it in the Engineering building, and there it was when you went to fetch it

     my puzzled look every time you said ‘ag shame’? before coming to South Africa, all my English was American in vocabulary, truly Spanish in pronunciation. I could not understand why we all had to feel ashamed of something. you also taught me more South African words and I was able to feel more at home. you were home. for 20 months

     spaghetti bolognaise for dinner? that is all you could prepare back then. not that I was much better. but it was always good and hearty. with bread, parmesan cheese and a glass of wine. red for you, white for me. and a wonderful conversation

     when with a sort of an apologetic smile you will inform me that we had been invited to tea with Mr and Mrs Lalloo, landlords and next-door neighbours. Mrs Lalloo would wear that beautiful orange sari and Mr Lalloo would wear his best pair of pants. during tea, Mrs Lalloo would always bring out the time she met Richard and Judy, and you as a baby as their tenants in the same house we now shared. she would always finish with ‘handsome boy, Doug’. to which you would always look at me with the afternoon sun reflecting in your beautiful green eyes and a beaming smile. and I will always reply ‘still a handsome boy’

[photo: Camps Bay, 2008]

     you were a handsome boy in the outside – perhaps that was the concern my parents had about me ‘living’ with you - and truly gorgeous in the inside. you were extremely bright, our conversations always took interesting twists from which I would always learn a lot. you were very kind, always ready to help others. a gentleman. to Richard’s pride. you were funny, your laugh was contagious and we could end in tears of joy many times. we were happy. you were a happy chap altogether, no concerns beyond today. you really lived today to your best. you were a gifted artist. your bird drawings, the portrait of your grandfather, the amazing pieces you published in many magazines. your talent was always overflowing one way or another

     I am sorry I keep babbling all this, but I hope you can start to fathom how much I will miss you. hearing your ‘Howzit guys’ every time we will go back to Cape Town, having you over for dinner or to go to Kirstenbosch with a picnic, or just sitting in Muizenberg admiring the sunset while having a beer, or two. or just knowing that you are there, on the other side of the world and wishing we could find a dream job in Galapagos so you could come to live with us again.

     I love you, and I love these memories, plus thousands more that are stored in my heart. forever. your leaving leaves a big hole in my heart, but I know that all those memories will cheer me up, because having met you, is one of the greatest things that ever happened to me


                                                                                                               fair winds mi amigo

[related entries: once upon the time and a birthday on social media]

miércoles, 23 de abril de 2014

Abstinencia

Perdí mi teléfono. No tan inteligente, pero teléfono después de todo. Cuando me di cuenta de la pérdida – el sentimiento de vacío me llenó. Me sudaban las manos. Tenía taquicardia. Me dio ataque de pánico. Mi respiración se entrecortó. Se me secó la boca. Todos los síntomas del síndrome de abstinencia de un adicto cualquiera. En un intento de buscar paz, revisé los varios bolsillos que tenía: los del pantalón, de la casaca, de la cartera, de la amiga que estaba conmigo. Y para evitar posibles confusiones, la misma búsqueda pero en sentido contrario: amiga, cartera, casaca, pantalón. Cuando agoté las opciones, me entraron unas ganas locas de fumar un cigarrillo – y eso que yo no fumo. Me imagino que necesitaba hacer algo con la mano libre, la que ahora no tenía el BB. La ausencia era sobrecogedora.

Tardé unas cuantas horas en asimilar y dejar de pensar que el alguien que lo encontró, me lo devolvería ante la insistencia de las múltiples llamadas perdidas. Que el milagro se materializaría en el cuerpo del BB con la foto de los colores de Otavalo en la pantalla y las conversaciones pendientes en el BBM y WhatsAPP.

Horas después avisé a los más cercanos que estaba incomunicada, que cualquier cosita me podían ubicar por ‘interno’ de FB o por correo electrónico.  Y empezó el síndrome de abstinencia completo. Ya había pasado la adrenalina del suceso. Ya había pasado el apoyo solidario de mis amigos y colegas, quienes con miradas de pena y nostalgia propia, me ayudaban a pasar el mal rato. Ahora mis ojos tenían el tiempo suficiente para buscar esa lucecita roja que indicaba que algo había llegado. Mis oídos entrenados a oír el ‘piiinn’ del WhatsAPP, el ‘cricri’ del BBM, el ‘pong’ del sms, el ‘taran’ del email o el ‘riiiiing’ del teléfono sin importar el ruido ambiental presente, oían ‘alucinaciones’ – como si eso fuera posible. La noche se hizo eterna – no había como ‘chatear’ hasta dormirme.

...

Ya es una semana de la pérdida. Todavía extraño mi teléfono. No tan inteligente, pero teléfono después de todo. Pero también agradezco que se fue. Sé que volverá – gracias al programa corporativo de mi oficina y de la necesidad de que me mantenga conectada al mundanal ruido, pero hoy por hoy he disfrutado de ese vacío. He disfrutado de los almuerzos en familia. De las gracias de mis sobrinos. De los abrazos de mis papis. De los sabores, olores y colores del momento. De la cotidianidad de la vida simple. De la certeza que al fin y al cabo, estoy bien - sin apéndices ni añadiduras. Que la vida continúa. Y continúa bonito. Con la atención indivisible, hablando con los presentes y gozando el ahora. Que esos apéndices conectivos, realmente nos desconectan de lo que es verdaderamente importante en esta vida. La vida misma. 

[Publicado en Diario El Tiempo de Cuenca el 26 de abril del 2014 bajo http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/8816-abstinencia/]

sábado, 19 de abril de 2014

Escarabajos

Este sábado pasado día vi como un niño chico, de unos 5 años de edad, pisoteaba con premeditación y alevosía – como dirían los entendidos – a un pobre escarabajo. El pobre estaba ya más aplanado que el coyote del correcaminos, pero el niño seguía dándole con saña. Tenía una sonrisa en la cara. El niño, no el escarabajo – éste último ya no tenía ni cara. Los adultos alrededor del niño no se inmutaban y conversaban del clima y del precio del arroz.

Hace un par de semanas mis hijos me contaron – horrorizados y muy tristes, como dos niños jugaban una mezcla de futbol y vóley con un pulpo. Se reían viendo al pobre animal estirar sus tentáculos - los ocho a la vez, tratando de agarrar el aire para evitar ser lanzado al vacío. El espectáculo provocaba la risa y carcajada de niños y adultos. Al final, el pulpo y sus ocho brazos ya no eran uno. Era una masa amorfa, que a la final solo quedo en cabeza y tres tentáculos. Los adultos alrededor de los niños no inmutaban, más bien se reían y seguían comentando del clima y del precio del arroz.

Ayer, cuando fui a la orilla del mar a ver el atardecer - a conectarme y desenchufarme – vi como una niña rompía una rama de mangle. No importaba que el mangle esté protegido por las leyes ecuatorianas, ni que sirva de albergue a pelícanos y más aves marinas, ella obvió mi amonestación y siguió rompiendo el árbol. El padre de la niña no se inmutó. Siguió conversando del clima y del precio del arroz, mientras la niña ponía más esfuerzo en romper esa y otra rama más.

Ayer, mientras caminaba por el pueblo en el que vivo, un grupo de niños lanzaban piedras a un pobre perro flaco y tímido que estaba atado con una cadena más grande que él a un palo más flaco que su propia pata. Un perro con un poco de autoestima hubiera podido halar su cadena y romper el palo. Todos se reían viendo al pobre perro tratar de escabullirse de la lluvia de piedras. Me detuve ante la mirada de tristeza del perro y pedí que paren. Se me rieron en la cara y continuaron. Salió su madre (o habrá sido tía) y me recriminó por haber osado en cortar la diversión.

Es triste haber llegado a este punto. Sé que hay excepciones, pero parece que éstas son pocas. Y – desafortunadamente – quiénes hacemos esas excepciones somos mirados como eso. La norma destaca otro comportamiento. Ejercer el derecho absoluto a ser los amos de la naturaleza, de sus seres y creaturas (¿o son criaturas? – de crear o de criar) y con ellos el tratar mal a propios y ajenos. Al ser los seres más inteligentes antropomórficamente hablando, debemos enseñar y practicar respeto. Respeto a todos y a todo. Solo así podremos asegurar llevar con honra ese ‘título’ tan honrosamente ganando a la larga de la carrera evolutiva. 


[Publicado originalmente en el Diario El Tiempo de Cuenca el sábado 19 de abril del 2014 en http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/8779-escarabajos/]

viernes, 21 de marzo de 2014

ella baila sola

Me gusta salir sola. Me gusta salir a comer, bailar, pasear sola. Me gusta, entre otras cosas, la reacción que causa. Una mujer sola se percibe como abandonada, triste, incompleta. Para mi es al revés. Me siento completa en mi compañía. Me siento una.

Cuando salgo a bailar sola me gusta el poder ensimismarme en el ritmo, en sentir la música en mi pecho e imaginarme colores que salen de los parlantes. Y bailo sin tapujos. Sin apariencias. Sin inhibiciones. Cuando bailo sola, no falta quien venga a sacarme a bailar. No falta quien me mire y se sonría. No falta quien diga lo que diga. Para mí solo hay el sonido, la cadencia del movimiento, la felicidad de tener un metro cuadrado donde puedo desenvolverme a mi gusto.

[diseño por afterglowstudio]

Cuando salgo a cenar sola, generalmente cuando estoy de viaje, me gusta contemplar la gente; y ver como ellos me contemplan. Muchos – por no decir todos, se pasan la historia de mi vida. Algunos se acercan y me preguntan si estoy bien y si deseo compañía. Respondo que sí, que estoy bien; que no, no deseo compañía. Disfruto del placer de cada bocado sin la necesidad de la prisa para dar paso a la palabra. Saboreo los sabores y disfruto de las texturas. La consuetudinaria copa de vino blanco se hace más fresca, más chispeante. Su aroma y cuerpo toman más fuerza. El momento es de uno, un duelo de gustos, olores y colores.  

Cuando salgo a pasear sola me gusta el espacio. La falta de preocupación de responder a otra persona. Me gusta que no tengo que hacer nada más que poner el un pie frente al otro e ir hacia adelante. O hacia atrás. Que puedo parar, mirar, descansar, contemplar, perderme en ese momento sin dar explicaciones. Sin miramientos. Sin el apuro de hacerlo rápido para no molestar, para no agobiar al resto, para continuar con la manada. Me gusta sentarme a ver pasar la gente, ver pasar la vida. Ser espectador desde adentro de la película. Me gusta respirar el aire que respira el resto, sentirme parte de un todo – a pesar de estar completa en mí mismo.

La soledad es subjetiva. Lo que para uno puede ser un momento de respiro al trajín del día a día, para otros puede ser motivo de preocupación y desazón. Lo cierto es que todos vivimos nuestra vida de la mejor manera posible, y no siempre es posible entender – o tratar de entender – lo que para uno es inentendible. Mi abuelo siempre decía que hay que ponerse en los zapatos del otro, y esto aplica hasta para esas cosas – como una mujer sola – que ciertos cánones dicen que no deben ser así. Mi soledad está bien acompañada, me tiene a mí misma. Así ya somos dos.

[publicado en Diario El Tiempo de Cuenca el 24 de marzo del 2014 en el siguiente link: http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/8642-ella-baila-sola/]


lunes, 3 de febrero de 2014

el buen año

 “Este año fue bueno conmigo” – me dijo doña Petrona entre abrazos y cuetes. Para ella, el que su vida haya sido buena en el 2013 fue gracias al año. No a su forma de vida sencilla y cálida, o a la presencia permanente de sus hijos que la llenaron de nietos, de risas y alboroto, o a Don Felipe, quién le lee novelas rosa por las noches. Ella no ve que ha forjado su felicidad casa adentro. Por ella. Por los suyos. Supongo que este nuevo año tendrá igual responsabilidad.

Es fácil pedir que el 2014 nos llene de cosas gratas. De cosas que placenteras. Que nos dé lo que no tenemos o nos devuelva lo que perdimos. Que haga por nosotros el trabajo y se nos ponga en bandeja de plata lo deseado. Así, sin mucho esfuerzo. Nos llenamos de cábalas y supersticiones para pedir lo que creemos que nos hace falta. Viajes, dinero, salud, felicidad. Unos queremos cosas tangibles, otros las intangibles. Pero todos queremos algo.

Es muy fácil poner en otros la responsabilidad de nuestro bien-estar. De esta forma como que nos lavamos las manos y si al final del día (en este caso, del año) no tenemos lo que nos creemos merecedores, le echamos la culpa al año.

El hacer del 2014 el año más fantástico posible, es cuestión de uno. Es cuestión mía. No es responsabilidad del ‘año’ el hacernos más felices, más guapos, más bacanes, más saludables o más exitosos. Es nuestra responsabilidad. Para lograrlo, se debe buscar la raíz de la felicidad. Las cosas sencillas. Volver a ver todo con ojos inocentes. Maravillarnos con lo sencillo. Abrazar mucho. Llorar lágrimas gordas de felicidad y lágrimas flacas de tristeza. Disfrutar de lo cotidiano. Sonreír más. Reír a carcajadas. Ir detrás de ese sueño archivado en la memoria. Ser mejores en las tareas diarias. Comer con gusto y sin conciencia. Sentir la lluvia al caer de la punta de la nariz. Oler la tierra mojada y el pan que sale del horno. Ver más atardeceres. Oír el murmullo del río.

Esto brindará una cadena de energía positiva que va a hacer que recordemos al 2014 como un buen año. Que la felicidad estuvo con nosotros. Tal vez falten algunas cosas materiales, pero al fin del día (en este caso, del año) el bagaje de recuerdos, memorias y satisfacciones que quedan nos harán notar que lo que cuenta es lo intangible. Que el resto es solo un placebo que nos confunde y tapa la verdadera fuente de felicidad. Lo material se descompone, se daña y se pierde. Las cosas sencillas nos dan calor en momentos de frío interno, nos sacan sonrisas espontáneas, nos recuerdan que estamos vivos. El vivir así el 2014 nos hará más felices, más guapos, más bacanes, más saludables y más exitosos. Solo depende de la óptica con la que nos miremos. 

[Escrito original para Diario El Tiempo de Cuenca, publicado el 1 de febrero 2014 http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/8370-el-buen-aa-o/]


viernes, 31 de enero de 2014

Sonidos y palabras

Es chistoso cómo los sonidos crean expectativas.

El ‘piiinn’ del WhatsAPP, el ‘cricri’ del BBM, el ‘pong’ del sms, el ‘taran’ del email o el ‘riiiiiiing’ del teléfono. Todos esos sonidos hacen pensar en algo en particular, que – en ocasiones – tiene que ver con lo que se vive en ese momento. Un algo que evoluciona en el proceso de aplastar el botón para satisfacer la curiosidad. Una noticia – buena o mala, una sorpresa, y hasta incertidumbre cuando no esperamos nada. Lo cierto es que nuestro oído ha creado una respuesta condicionada – como los experimentos de Pavlov – al universo de sonidos incluidos en nuestros aparatos electrónicos diarios.

Hay veces que ignoramos un sonido en particular, mientras que hay otros sonidos que nos llevan a salirnos de la ducha enjabonados. También podemos escoger ignorar todos los sonidos. Esa ignorada que no nos deja tranquilos. Que nos mantiene al vilo, alertas por un acaso sea algo importante, o urgente, o básico. Ignoramos, pero no olvidamos.

Hay veces en que un sonido nos da mariposas en el estómago. Esa contorsión de la barriga que nos moja la imaginación. Muchas veces las mariposas se van volando no más y nos dejan con la sensación de estar en este tiempo y espacio. Pero cuando las mariposas se convierten en una manada de ñus en migración por el Maasai Mara es cuando la sonrisa está a flor de labios. Varias son las causas generadoras de estas mariposas: viajes, satisfacciones, amores, reuniones. O hay las del susto también.

O el sonido del ‘biiiiip’ del microondas que anuncia esa taza de té para el alma. Sobre todo cuando es necesaria una pausa en el corre-corre. Cuando hay que recuperar la vitalidad al contemplar el calor en formas de ondas de vapor. Caprichosas en su mecer aéreo – como gimnasta de telas – ante la brisa del trajinar cotidiano. Ese calor reconfortante que nos dice que todo es pasajero.

Otro sonido sabroso es el ‘plop’ que anuncia la separación del corcho con la botella de vino. Que invita a oler el corcho y entender la calidad del sabor que viene en camino. La antelación del sabor venidero. La idea de verter en una copa un líquido con cuerpo y voluntad propia; de saborearlo, de olerlo. De ver sus piernas estrecharse a lo largo de la copa. De cerrar los ojos y decir que la vida es buena.

Nuestros sentidos están permanentemente atiborrados de estímulos. El diario quehacer nos hace que pongamos más atención a uno que a otro, y en el proceso nos olvidamos de recordar el canto del gorrión; el sonido que hacen las alas del colibrí que liba las flores del jardín; el ronronear del gato satisfecho; el sonido de la respiración de quienes amamos. Los sonidos pueden traernos al presente, y nos ayudan a viajar al pasado. Pero lo más importante de un sonido, es la capacidad de hacernos dar cuenta de cuanta suerte tenemos al ser capaces de oír.


jueves, 16 de enero de 2014

mi primera vez

Todos – creo, nos acordamos de la primera vez. Yo tengo muy presente la mía. Me acuerdo el lugar, la hora y con quién estaba. Esto de muchas de mis primeras veces.

Esa primera vez que comí alcachofas. Una cosa verde oscura con pétalos que me decían que era muy rica. Me enseñaron a sacar los pétalos y comer esa gota de carne raspando con los dientes. Con o sin aderezos. Con un plato adicional para poner el 90% de la alcachofa que no se comía. Recuerdo cómo – casi de premio, el sábado luego de las compras semanales había de entrada alcachofas. Recuerdo también, la primera vez que nos contaron que había el corazón de la alcachofa y pude disfrutar a bocados grandes su sabor.

Recuerdo también la primera vez que fui a la playa. Sentí primero la arena mojada y luego el mar entre los dedos del pie. Siempre íbamos a la playa. Cada año y cada año era la primera vez que íbamos ese año. No repetíamos el viaje, era muy lejos y largo. Me mareaba y el viaje no era placentero. No había una segunda vez por año. Solo y siempre, una primera vez.

O la primera vez que comí sushi. En realidad sashimi. Directo desde el espinazo del pescado con aderezo de mar y algo de arena. Las hijas de mi jefa tenían una columna de pescado cada una y lo saboreaban como si fuera algodón de azúcar. En ese viaje tuve muchas primeras veces. Todas eran diferentes y mágicas gracias a la conversa con los panas, la sazón diferente de los chefs con ínfulas de internacionalismo, la ausencia de etiqueta y protocolo y el disfrute al máximo. Luego llegó el sushi, con algas, arroz soposo y atún fresco. Hoy por hoy, cuando como sushi  por primera vez en un día, recuerdo ese día mágico de mi primera vez.

También es la primera vez que veo la luna llena en este mes. En este año. Y no paro de maravillarme de lo perfecta que es. La ausencia de estrellas a su alrededor crean el marco perfecto para su redondez. A veces la veo sola, a veces en compañía. Ella sola o yo sola. La misma diferencia. A veces en aquelarre, que es muy diferente a la compañía usual. Pero siempre hay una primera vez para verla en ese día, mes, año.

Una primera vez no debería contar solo cuando es la primera vez en la vida de uno. La vida está hecha de momentos, y cada momento gracias a sus características especiales, es único. Deberíamos aprender a valorar la unicidad de ese instante y catalogar todo como la primera vez. Eso hacen los niños. Se maravillan con todo y se vuelven a maravillar con ese todo cada vez. Sus primeras veces son incontables, eternas y maravillosas. Y son felices en la inocencia, en la falta de arrogancia de quién lo hizo, lo vio o lo sintió primero. La primera vez, siempre será la primera. No importa cuántas veces hayan pasado. Me gusta ver la vida bajo esa óptica, me da ganas de vivirla más. Al fin y al cabo, para lo único que si hay una sola primera vez, es para cuando morimos…

[Publicado en el Diario el Tiempo de Cuenca, Ecuador el 22 de febrero 2014 - http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/8486-la-primera-vez/]