En 1985 y 1986 fui voluntaria
activa de Amnistía Internacional. Tenía 14 años y ganas de luchar contra la
injusticia. Gracias a Amnistía conocí a gente muy valiosa y ahora muy querida.
Gracias a Amnistía conocí más a fondo el luchar de Nelson Mandela. Gracias a
Amnistía escribí una carta mensual a PW Botha, el entonces presidente de
Sudáfrica y líder del partido político que lideraba el apartheid, solicitando
la libertad de Mandela. Gracias a Amnistía escribí una carta mensual al propio
Mandela dándole ánimo y diciéndole que afuera de Sudáfrica habíamos gente que
estábamos con él, que estábamos gestionando su justa liberación. Gracias a todo
esto, pude entender lo valioso que es luchar por lo que uno cree.
Desde la época del ‘Show de Bill
Cosby’, cuando una de sus ‘hijas’ se fue de misionera a África, yo deseaba irme
allá. Al África negra, misteriosa y maravillosa. Me provocaba ver desde adentro
el continente negro; el sentirme como ‘minoría’ en un continente vasto con
varios tonos de negro y café; me alucinaba la idea de tratar de entender qué
pasaba en África y cómo había llegado a dónde estaba. Sudáfrica y Mandela
estaban alto en la lista de prioridades. Cruzar el Atlántico y fijar rumbo por
esos lares.
En 1997, me fui a vivir a
Sudáfrica. Mandela era Presidente. El primer presidente negro en la historia
republicana. En Sudáfrica preguntaba a quien podía, cómo fue vivir en la
Sudáfrica de antes. La que Mandela luchó para que no sea permanente. Me
contaron poco, mucho y nada. Pero se me quedaron ejemplos como la prueba del lápiz
en el pelo. Si el lápiz se quedaba cuando se ponía en el pelo, la persona no
era de raza blanca. Y ahí empezaba el degradé de colores y maltratos. En
Amnistía, una vez vi un poster blanco. En el centro - un lápiz amarillo con
borrador rojo. El típico. El poster decía que éste es un instrumento de
tortura. Lo que nunca imaginé era ‘cómo’ éste era un instrumento de tortura.
En Ciudad del Cabo, vi Robben
Island dónde Mandela rompió rocas por 18 años. Pasaba por lo menos tres veces
por semana por Pollsmoor, la
cárcel dónde estuvo encarcelado por seis años; y estuve en la zona de Paarl
donde estuvo bajo arresto domiciliario por
dos años y de donde salió a la libertad en 1990. Pasaba a diario por la
Casa Presidencial en Ciudad del Cabo. Hoy por hoy, todavía celebro el 27 de
abril – el día de la Libertad en Sudáfrica. Las primeras elecciones
democráticas no raciales dónde ganó Mandela en 1994.
Previo a las elecciones del ‘94,
se generó un éxodo masivo de sudafricanos blancos. Emigraron por el miedo
propio de haber sido parte una minoría autoritaria, déspota y cruel. Imaginaban
una ola de cambio violento. Los no-blancos se preparaban para recuperar – por
los medios que fueran, lo que merecían y les pertenecía. La dignidad, sobre
todo. La transición, liderada por Mandela, fue única. No hubo una guerra civil,
no hubo forcejeos. El carisma de Mandela logró que Sudáfrica se convierta,
orgullosamente, en la nación arcoíris. Aquella en la que los tonos de piel ya
no eran degradé. Eran diversidad, riqueza y fortaleza
Un día, mientras trabajaba de
mesera en un restaurante de un centro comercial, oí que Mandela estaba cerca.
No pensé en nada, con delantal y la cuenta de una mesa, salí corriendo. Ahí lo vi
sonreír mientras saludaba a un guardia de seguridad. Estaba como a 10 metros.
Le vi estrechar manos y sonreír. Yo sonreía. El sonreía. Todos sonreíamos. Esa
era la nueva Sudáfrica. Un país reconstruido por Mandela y la voluntad de los
sudafricanos.
Todavía hay trabajo por hacer en
Sudáfrica. Falta camino que recorrer para una reconciliación profunda. Pero el
camino iniciado por Mandela está sobre buenas bases. Sus enseñanzas de
tolerancia, unidad, Ubuntu y de fortaleza en la diversidad deben ser acogidas
por todos.
A Mandela no le llora solo su
clan en particular. O Sudáfrica en general. A Mandela lo lloramos todos. Sin
importar nuestro color de piel o idioma. Le lloramos el mundo entero. Su vida, obra y carisma es
global. Fue un ciudadano del mundo. Sus enseñanzas deben ser imbuidas a nivel
celular. En la esencia misma de nuestra vida.
Solo así podremos hacer de esta diversidad humana, la herramienta para
la construcción de un presente mejor. El futuro nunca llega. Es el ahora el que
debemos mejorar.
Buen viento y buena mar Mandela…
Así como escribí para tu liberación en la década de 1980, ahora te escribo para
decirte que gracias a ti, soy una mejor persona…
[Publicado originalmente en el Diario El Tiempo de Cuenca el sábado 7 de diciembre del 2013 bajo http://www.eltiempo.com.ec/noticias-cuenca/133818-gracias-mandela/. El texto original fue publicado el 4 de julio del 2013 en este blog ante la noticia de la hospitalización de Mandela y el protagonismo de sus familiares en los medios de prensa mundial.]
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